Carolina Sanín (Bogotá, 1973) tiene ya una interesante y reconocida carrera literaria, como académica, filuda columnista y, sobre todo, escritora en una gran variedad de géneros: el ensayo, la literatura para niños, el humor, el cuento y la novela. Poco y nada conocida en Chile, es una gran noticia que haya sido incluida en el catálogo de Estruendomudo, una casa editorial que tiene doble domicilio, en Lima y en Santiago.
Los niños es la tercera novela de Sanín. Una novela breve, madura y estremecedora, que pone en escena el encuentro entre una mujer resignada a su soledad y a los mundos de fantasía que construye como refugios, y un niño que hace brotar -¿quién sabe desde qué manantial?- el torrente incontenible de sus fantasmas. O de sus fantasías, o pesadillas, o discursos dictados por las voces que lo habitan en sus episodios de sonambulismo. La novela, tal como Laura, la protagonista, se aproxima de modo gradual a lo extraño, como en puntas de pie, a sabiendas de que algo extraño acecha ahí, en el estacionamiento del supermercado, en los malentendidos del lenguaje, en el quiebre de las rutinas. Sanín juega muy hábilmente con lo no dicho y se queda en las manifestaciones de cosas que ocurren fuera de cuadro, hasta que la extrañeza de los sucesos obliga a revelarlos y a mirarlos, aunque sea fuerte la tentación de afirmar, por ejemplo, "que nunca me llegaron esas hojas de mentiras. Que en la noche oscura se apague el día en que se escribieron". Esas hojas son un desquiciado informe sobre el destino del niño que se ha cruzado en la vida de Laura, Fidel, que luego vuelve a encontrarse con ella y termina viviendo en su casa, una vez que ambos logran atravesar el denso bosque de la burocracia, demoledoramente representado por Sanín a través del lenguaje funcionario que describe tareas y pasos previos a los procesos de adopción. Pero, una vez ahí, como en un mal sueño, todo parece desquiciarse: el niño que no quiere hablar de su origen, pero que está habitado por más presencias de las que Laura puede soportar, la pone a prueba hasta un punto en donde no sabe ya cuánto del delirio del niño se debe a sus refugios mentales, a esa isla donde han ido a parar todas las personas que alguna vez quiso, una isla densamente poblada donde lo único que hay son personas. Sanín explora la extrañeza e incluso el horror con una delicadeza tan marcada que torna todo aún más vulnerable y a la vez más feroz, más agudo en su capacidad de entrar a esos laberintos que crean la soledad, el abandono y la disolución de las fronteras entre lo que se puede y lo que no se puede enunciar.
Carolina Sanín
Estruendomudo,
Lima, 2017.
112 páginas.