El sistema de beca estatal para deportistas de alto rendimiento Proddar, que rige para los especialistas profesionales, muchos de los que hoy se están quedando sin el beneficio por no cumplir con los requisitos técnicos, no es más que un símil del estado de un deporte chileno en vías de desarrollo. Precario, inestable, cortoplacista, casi irreal de acuerdo con los exponentes. Propio de un país cada vez más aspiracional y exitista, con vastas pretensiones de crecer, pero con recursos escasos no solo en lo económico, sino también en lo conceptual. Fruto de un debate que siempre termina en la ya histórica vacilación política de dónde poner el billete.
Es injusto ignorar la evolución que se ha registrado en las dos últimas décadas respecto de la obtención de fondos para los deportistas y su objetiva distribución a partir de los rendimientos. Se ha ganado en transparencia, método y por supuesto que en volumen. Hace largo tiempo que se acabaron los privilegiados que recibían dinero o prebendas por razones extradeportivas o que producto de un gran trabajo de márketing -plausible, por cierto- se quedaban con una buena parte del botín, sin tener los suficientes méritos. Administrativamente se ha progresado y la cantidad de adjudicatarios ha aumentado. No hay duda.
El problema es que el avance en la burocracia de los recursos no ha sido proporcional a las necesidades de un medio que vive tratando de vestirse como profesional, pero que desnuda semi amateurismo. El "alto rendimiento" en nuestro país sigue siendo un concepto limitado y poroso, acotado por las capacidades estructurales y humanas. No somos un país generador natural de talentos ni tenemos la vocación para diseñarlos y formarlos; los ejemplos que tenemos son excepcionales e "hijos de un rigor" que solo prosperan fuera de nuestras fronteras. Las marcas hablan por sí solas: la gran mayoría de nuestro contingente de deportistas de nivel superior no se desenvuelve en la competición mundial, sino que se ubica uno o dos estadios inferiores, panamericano o sudamericano.
A priori , el dilema parece ser si la beca Proddar debe fortalecer la masa crítica de deportistas que se mueve en un segmento competitivo secundario, modelando las exigencias de rendimiento tanto en los plazos de evaluación como en las metas, o si debe direccionarse para dar el salto a un estrato más alto -el mundial u olímpico-, a través de un sistema que premie con cuantía o castigue duramente si no se consiguen los resultados, que es lo que está sucediendo con una decena de ejecutantes, entre ellos, Isidora Jiménez, Natalia Duco, Tomás González o Kristel Köbrich.
Es cierto que a nuestros deportistas profesionales hay que tratarlos como tales y fijarles metas definidas. Pero también hay que ser realistas y actuar con pragmatismo cuando sus capacidades tienen límites, y estos no son los que todos quisiéramos.