¿A qué pudo deberse que Sebastián Piñera decidiera no asistir al Tedeum ecuménico en la Catedral de Santiago?
Hasta donde se sabe, Piñera es un católico convencido y practicante, un hombre con temor de Dios, alguien que asiste a misa no como quien participa de un rito, sino que él lo hace convencido de los misterios de la transubstanciación. Y si bien este sorprendente fenómeno no acontecería este dieciocho (puesto que no se trataba de una eucaristía), siendo él un católico, era de esperar una especial deferencia hacia Ezzati y a la Iglesia de la que él forma parte. ¿Por qué entonces decidió ir al Tedeum evangélico y, en cambio, no asistir a la Catedral de Santiago?
Mediante su cuenta en Twitter dio una explicación a la altura de la inteligencia que circula en Twitter.
No fue -dijo- porque decidió acompañar a sus nietos y hacer vida de familia en vez de asistir al Tedeum ecuménico.
Como es obvio, esa respuesta del ex Presidente parece más una excusa que una respuesta. Porque lo que cabría entonces preguntar (especialmente a un hombre como él, sagaz a la hora de apreciar costes alternativos y sacar cuentas) es por qué decidió pagar el costo de dejar meditabundos y aburridos a sus nietecitos y abandonar la vida familiar para ir a acompañar a los evangélicos y, en cambio, ese mismo costo le pareció demasiado alto de pagar para ir a la Catedral de Santiago?
Esa pregunta Sebastián Piñera no la ha respondido. Y como en medio de las campañas todo es significativo -especialmente los silencios- no cabe sino intentar conferirle racionalidad a su decisión.
Es posible que Sebastián Piñera y quienes lo asesoran estén convencidos de que su principal desafío es aglutinar los votos de la derecha que, sumados, le permitirían acercarse al triunfo en la primera vuelta. Esos votos de derecha estarían compuestos de los votantes habituales de lo que ellos llaman "el sector", más otro número importante de votantes que, sin responder al clivaje tradicional de la derecha, encuentran hoy razones para votar por ella. Entre estos últimos estarían los evangélicos. Y como los evangélicos parecen sentirse cercanos a Kast (o este último ha convencido a todos que les son muy cercanos) entonces el desafío de Piñera consistiría en atraerlos.
Y una de las muestras de que lo estaría logrando sería la ovación que recibió de los cientos de asistentes a ese Tedeum, que vieron en él, es probable, a un defensor de las creencias que ellos atesoran, y en la Presidenta Bachelet, una amenaza (y están, por supuesto, en todo su derecho).
Así las cosas, si hubiera asistido al Tedeum Ecuménico, en el que con toda certeza habría sido tratado con estricta igualdad, con la urbanidad que es propia del espíritu ecuménico (el ecumenismo es una versión casi radical de la tolerancia), la distinción que le confirió el pueblo evangélico se diluiría. Al faltar al Tedeum Ecuménico, en cambio, evitó ese trato igual y con su ausencia puede subrayar frente a metodistas, pentecostales, adventistas y otras denominaciones que lo aplaudieron, que los prefiere a ellos de verdad, confiado en que ellos entenderían, sin que fuera necesario explicárselo, que la excusa de los nietos es nada más que una excusa, una forma sencilla y obvia de decir que simplemente prefirió la Catedral de Estación Central que aquella otra de la Plaza de Armas.
¿Arriesga con ello la pérdida del voto católico? Por supuesto que no. Su ausencia al Tedeum de la Catedral no tiene costos. A diferencia de los evangélicos, que creen poseer un puñado de verdades firmes (v.gr. su oposición al aborto o al matrimonio igualitario), los católicos no son ese tipo de creyentes. Entre los católicos cabe de todo y nada y por eso Carl Schmitt (el jurista del Reich, católico como el que más) llamó la atención acerca del hecho de que la Iglesia Católica era capaz de acoger en su seno cualquier diferencia (complexio oppositorium la llamó, modificando la famosa frase de Nicolás de Cusa).
¿Tuvo entonces razón Alejandro Guillier cuando dijo que Piñera no asistió porque en la Catedral de Santiago no había una "barra brava" que lo aplaudiera?
Por supuesto que no. Llamar así a quienes no hacen más que defender sus creencias y aplaudir a quien piensan las protege es un exceso.
La única explicación es que Guillier quiso tapar con un exabrupto la actitud condescendiente y carente de toda crítica que, en una entrevista a la revista Caras, según se recordó por estos mismos días, mostró el año 2008 frente a la figura de Piñera, al extremo de decir que, cumplidas ciertas vagas condiciones, incluso votaría por él.
Y es que entonces, cuando todavía era una figura televisiva, Guillier también practicaba, aunque no por razones de fe sino de rating, eso del complexio oppositorium, la suave actitud de decir nada y acoger a todos.
Carlos Peña