A medida que el tiempo pasa y van cambiando las generaciones, cambia también el lenguaje. Esto incluye desde que hay garabatos que hoy son de uso común y hasta se pueden decir en una reunión, hasta palabras sueltas que tienen significados distintos para quienes las usan y quienes las reciben.
El ejemplo más claro es la moda de decir "tranquilo" o "tranquila" ante cualquier reacción del adulto que representa su sentir más o menos apasionado ante un comentario de otro.
Lo que las nuevas generaciones no entienden es que cuando los adultos le dicen a otro "tranquilo" le están expresando que se está alterando. Es una palabra que indica que hay conflicto. Menor o mayor no importa. No es lo mismo para los jóvenes.
Para muchos padres, significa que lo que sus hijos les están diciendo está siendo interpretado, mediado por la descalificación. Casi como una condición de poder mantener la conversación.
La palabra tranquila tiene muchos usos. Se usa ante el dolor de los enfermos para que al soltar o perder el miedo se puedan relajar y disminuir el dolor. Se usa cuando alguien se altera y hace imposible un diálogo racional. Se usa como consuelo, como esperanza de que lo que viene es mejor, se usa para disminuir el miedo sobre todo en los niños al decirles que no hay riesgo aquí: "No temas. Estoy aquí".
Pero no se usa en español de manera constante sin conciencia de cómo se está descalificando al otro, salvo que el otro haya de verdad perdido la calma: Porque quien pierde la tranquilidad pierde también una parte de su racionalidad. De manera que si se está en una conversación sobre algo trivial, decirle al otro "tranquilo" es una agresión. Dejará de serlo a medida que se incorpore al lenguaje como tantas otras palabras.
La cantidad de malentendidos entre padres e hijos que me ha tocado enfrentar a propósito de una palabra que puede parecer banal, no es menor. Cuando un padre da una opinión que refleja una manera de pensar y a veces un valor importante entre usos y costumbres de generaciones distintas, está hablando en serio. Tal vez ni siquiera esté llamando la atención ni expresando una orden ni una diferencia importante, solo está diciendo: "No me digas que no estoy tranquilo porque lo estoy, solo que discrepo y tengo autoridad para pedir cosas en esta familia".
Los adultos tenemos la obligación de explicarles a las nuevas generaciones el sentido del lenguaje. Que puede cambiar, pero no tan rápido.
"La cantidad de mal- entendidos entre padres e hijos a propósito de una palabra que puede parecer banal, no es menor".