Soy de los que piensan que la poesía chilena no solamente es lo más relevante de nuestro patrimonio, sino que "hace" que Chile sea Chile y no otro país. Es sencillo: así como España no sería España sin Cervantes, Quevedo y Góngora, nosotros no seríamos lo mismo sin Huidobro, Mistral, Neruda, De Rokha, Rojas, Lihn, Teillier; la lista es larga. Y en ella tiene un lugar central la obra de Nicanor Parra. Parra comenzó su andadura literaria a mediados de los años 50 del siglo pasado, en un momento en que definirse como poeta -esto es elaborar un lenguaje y una estética personales- era extremadamente difícil, por la sencilla razón de que la sombra de los monstruos sagrados de nuestra poesía era más gravitante que nunca. Hoy día ya se puede tener una perspectiva histórica, estética y filológica; pero, a mediados del siglo pasado, Neruda y De Rokha estaban en plena actividad, Gabriela Mistral acababa de recibir el Premio Nobel, y Huidobro, fallecido en 1948, estaba aún muy vivo.
La sola presencia de Neruda, que había revolucionado el paisaje de la poesía en lengua castellana con su lírica de un caudal y un vigor extraordinarios, hacía que encontrar un lenguaje y una estética para distinguirse, abrir otra vía, e instalarse en el campo literario con una voz propia fuese una tarea ardua. ¿Cómo diferenciarse de Neruda, cuando Neruda arrasaba con todo y arrastraba en su estela a todos, ya fuese por adhesión u oposición? ¿Cómo hacerlo, además, sin caer en la adhesión a la metafísica volcánica de De Rokha, a los juegos vanguardistas de Huidobro o a la depurada lírica mistraliana?
En esa época alguien hubiese podido pensar: después de Neruda, el diluvio; es decir, imaginar que la poesía chilena había alcanzado con Neruda una potencia tal que sería muy difícil encontrar un lenguaje poético que dijera el mundo desde otro lugar. Parra encontró ese "otro" lugar y elaboró no solo un lenguaje poético, sino un discurso social a partir de esa alteridad. Ese lugar distinto se puede resumir en una de sus líneas más conocidas, un verso que contiene su pensamiento estético: "los poetas bajaron del Olimpo". Allí está su programa: el poeta, con Parra, ya no sería aquel que elabora un discurso en las esferas de la alta cultura y se lo "devuelve" a su pueblo. Esto último es lo que hacen precisamente Huidobro, Mistral, De Rokha; son poetas nacionales, tal como lo entendió el Romanticismo: el poeta como
alter Dei, el bardo que dialoga con los dioses, les arrebata el fuego sagrado del pensamiento y, sobre todo, de la palabra y con esa palabra viva, fecunda una lengua y funda un pueblo, una nación. Eso hacen Goethe, Victor Hugo, Walt Whitman y, entre nosotros, más que ningún otro, Neruda, que escribe, en plena posesión de su programa estético: "Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta". Parra, en cambio, no habla por nosotros, es al revés: nosotros hablamos por él... o "con" él. El poeta como
alter Dei se transforma así en el poeta como
alter populi, su voz está hecha de nuestras voces, su palabra es nuestra palabra, el poeta bajado del Olimpo no habla por su pueblo, nos deja hablar a nosotros. Parra, que se siente más cercano al periodista y al novelista -según escribe él mismo a fines de los años 40-, y agrega que se siente más atraído por la frustración y la histeria que por la desesperación y la nostalgia, desacraliza el lugar en que el Romanticismo ubicó al poeta y, acogiendo la palabra hablada -el léxico y la sintaxis de los chilenos-, democratiza, pero quizás habría que escribir "populariza" ese lugar. Haciendo esto revoluciona lentamente, como ocurre siempre en materia de literatura, la poesía en lengua castellana y se transforma en el último de nuestros poetas nacionales, o quizás el penúltimo, porque claro, la poesía chilena es el único ámbito en el que hemos alcanzado un alto grado de desarrollo.
Pero, además, Parra les enseña a hablar a los novelistas de Chile: Varas, Délano, Skármeta, Atías, y todos los narradores de los años 60 no serían lo que son sin la lengua parriana, que es la nuestra. Por todo eso, que ya es mucho, el feliz cumpleaños de Nicanor Parra es el feliz cumpleaños de todos nosotros.