Getulio Vargas (1882-1954) fue probablemente el político más importante de Brasil durante el siglo XX: cuatro veces Presidente de la República, la última de ellas elegido en forma democrática; su legado, según los historiadores, continúa hasta el día de hoy, tanto en las formas de gobierno; la creación de un clientelismo electoral basado en el ascenso de la plutocracia; el ejercicio del poder, caracterizado por una endémica corrupción; como en la fundación de partidos populistas que continúan vigentes y que, para bien o para mal, han transformado de modo radical al estado más grande de Sudamérica. Más de medio siglo después de su muerte, esa figura sigue siendo tan polémica que muchos lo consideran el mejor estadista de su patria, en tanto otros piensan que es el causante de la permanente inestabilidad que la aflige.
Agosto , de Rubem Fonseca, publicada en 1990 y objeto de una reciente traducción al español, transcurre durante los días previos al suicidio de Vargas en el Palacio Catete de Río de Janeiro, entonces la sede de la primera magistratura. La noticia tomó por sorpresa al mundo y se ha convertido en un trauma que, más de medio siglo después, ha seguido desvelando a sucesivas generaciones de brasileños.
El tema, mejor dicho el trasfondo criminal que preside el desarrollo de los hechos, parece venirle como anillo al dedo a Fonseca, y de algún modo ya lo había tratado en libros como
El caso Morel (1973) y
El gran arte (1983). Igualmente, el género policial, que Fonseca ha practicado a lo largo de su dilatada carrera y en el que ha demostrado ser un maestro consumado, podría haber sido la forma ideal para abordar un argumento de una complejidad abismante y, sobre todo, de una violencia despiadada e impredecible, que es un rasgo presente en la mayoría de sus obras.
Lamentablemente,
Agosto no cumple con ninguna de las expectativas anteriores y sea por la desmedida ambición del relato, sea por fallas estructurales, sea por la acumulación de incontables personajes de los cuales poco o nada sabemos, sea por lo que sea, el texto llega hasta el punto de lo incomprensible. Y en lugar de progresar, termina abrumándonos por el simple hecho de que resulta imposible de entender. Quizá para el lector en portugués sea distinto, aunque aun así esto se ve difícil en el caso del público actual, es decir, los que tienen entre 30 y 50 años o más. Para nosotros, y para el resto de quienes viven y hablan en países donde predomina el castellano,
Agosto resulta un título problemático: Fonseca da por sentado que conocemos a cabalidad hechos y personas de los cuales, por cierto, nada sabemos, por la enorme brecha cronológica y porque, por más que la acción transcurriera en la actualidad, tampoco podríamos tener idea acerca de la identidad de ministros, jefes de gabinete, asesores y toda la caterva de individuos que forman parte de cualquier régimen. Así, mezcla muchos nombres que corresponden a seres de carne y hueso, con otros ficticios: si bien este procedimiento carece de toda novedad, pudo haber sido efectivo. Sin embargo, al no tener idea quién es quién, el enredo aumenta, y si
Agosto ya era poco accesible, termina siendo un lío descomunal.
El íntegro inspector Alberto Mattos se enfrenta al asesinato del empresario Paulo Machado Gomes de Aguiar, cuya mujer, Luciana, lejos de sufrir un doloroso duelo por la muerte de su esposo, es un animal de presa dispuesto a sacar muy pronto las garras en defensa de sus intereses, totalmente contrarios a aquellos de los socios sobrevivientes, por lo que enseguida se declara la guerra entre ambos bandos. Al mismo tiempo, en un intento de liquidar al periodista Carlos Lacerda en su domicilio, quien solo sale herido del atentado, es ultimado el mayor Florentino Vaz, lo que provoca conmoción nacional, al menos en la prensa y por parte de los círculos oficiales, desatando la crisis que culminará en la inmolación de Vargas (Lacerda sería después gobernador del estado de Guanabara y alcalde de Río de Janeiro, cargo que le sirvió para hacerse mundialmente famoso como autor de la masacre de los miles de mendigos que infestaban esa ciudad). Para Mattos, ambos delitos están relacionados y detrás del segundo está comprometido Gregorio Fortunato, llamado el Ángel Negro, jefe de la guardia presidencial. En medio de este marco, digamos, de alto nivel, están los amores de Mattos con la bella Alice -quien se halla ligada con Fortunato- y con Salete, una prostituta perdidamente enamorada del policía y que recurre al vudú para conquistarlo. Hay, literalmente, centenares de otros episodios, principalmente de tipo ilícito, por lo general, sanguinarios en extremo, inhumanos, bestiales y descritos, como suele hacerlo Fonseca, con lujo de detalles. Y también hay numerosas tramas secundarias sobre procesos menores: la vida en las cárceles, las mafias de quienes manejan redes de apostadores, los proxenetas y regentas de burdeles o el ambiente de los ricos e intocables, hasta el momento inmunes, aun cuando el colapso institucional podría afectarlos. Mattos, hay que decirlo, es un protagonista querible, en especial por su absoluta falta de glamour, por su úlcera gástrica y por su afición a escuchar óperas italianas en discos de 78 rpm.
Agosto , pese a lo arduo que es seguirla, podría considerarse una descarnada radiografía urbana donde están representados todos los segmentos de cierta sociedad en uno de los momentos más convulsos de su historia.