Una escritora, Marta, casada, con un marido cesante, acosada por los gastos para mantener su "nivelito" de vida, sin que Juan -un marido, sin duda, cariñoso- se sacrifique mucho por encontrar un trabajo (parece que en España el "parado" no tiene muchos estímulos para salir de su estado), llena de compromisos (artículos anuales para periódicos, clases, conferencias, viajes múltiples a congresos, libros por escribir, obligaciones con editores, etc.) que la estresan, pero la hacen sentir vital, mientras atraviesa el Atlántico en unos de sus tantos viajes siente un dolor en el pecho que atribuye al pinchazo de una costilla.
Desde ese minuto, Marta se convence de que se halla en un proceso deletéreo que la conduce de manera inminente a la muerte. La autora, Marta Sanz -se trata de un libro del género de autoficción-, con bastante gracia y agilidad, introduce al lector en el mundo de las enfermedades raras -que de preferencia padecen mujeres- y, en consecuencia, de difícil diagnóstico. La autora, sin encono sino más bien con un humor inteligente, hace desfilar ante el lector las múltiples e ingeniosas variantes de la estulticia médica, que van desde la negación completa de la enfermedad, con la culpa consiguiente por las quejumbres de una enfermedad imaginada comparada a los sufrimientos horribles y visibles de las "reales" o verdaderas enfermedades, hasta los errores de diagnósticos sutiles y abundantes.
Clavícula se teje en torno a la dimensión subjetiva y social del dolor y la enfermedad. Uno de los temas de fondo -la hebra feminista del relato- es la histeria. Sanz deja entrever, sin nombrarla, que la histeria ha sobrevivido subterráneamente en la sociedad occidental -hay una cita recurrente de Nietzsche, que sería el ideólogo-, generando en el orden médico establecido el prejuicio tácito de que las mujeres, sobre todo las occidentales burguesas, tienden a "hacer enfermedades", somatizaciones de ínfima o nula base fisiológica autónoma, debido a deficiencias emocionales de origen laboral o sentimental.
Sanz no latea. Es amena, divertida, sin temores de ventilar su delirante personalidad hipocondríaca, buena observadora de las presiones sociales que sufre un profesional en el mundo urbano contemporáneo, en nada militante o fanática, y una escritora bastante autoconsciente de su oficio y de sus opciones narrativas. Se pone el parche antes de la herida, para emplear un aforismo de índole hipocrática, e indica explícitamente que
Clavícula no es un libro estructurado en torno a una historia y cuyo resorte para atraer al lector sea el misterio y el suspenso del desenlace de esa historia -en este caso, cuál es la dolencia, si es que existe, de la angustiada Marta-, sino en una mezcla de divagación y narración, muy próxima a lo cotidiano, con la cual el lector -particularmente, el lector hipocondríaco- podrá empatizar, sentirse identificado con las peripecias médicas y mentales de la protagonista.
El lector no debería esperar una reflexión filosófica profunda -si lo hace saldrá decepcionado-, pero sí una agudeza ligera, de la cual el siguiente párrafo es un buen ejemplo: "¿Han probado a buscar las palabras exactas para describir ese dolor, convertido en síntoma, que ayuda a los médicos a diagnosticar? 'Tienes que ayudarme'. A la vez tu mirada es una súplica y rebusca dentro del baúl de palabras arrumbado en su memoria. 'Mi dolor es...' Nudo, corbata, pajarita, calambre, ausencia, hueco invertido, cucharada de aire, vacío de hacer al vacío, blanco metafísico, succión, opresión, mordisco de roedor, de pato, de comadreja, carga, mareo, ardor, el roce de un palo, una zarza ramificada dentro de mí, bola de pelusa, masticación de tierra, una piedra en la garganta o en la glotis o sobre un alveolo, sabor a sangre y metales, estiramiento de la cuerda de los músculos, electrocución, disnea, boca árida. Tengo tantas palabras que no puedo decir ninguna. Conozco bien el lenguaje y sus figuras retóricas. Pero soy imprecisa. No puedo explicarme y me da taquicardia".
La prosa de Sanz es ágil, directa y próxima. El mérito mayor de este libro -que no alcanza la genialidad que le prodigan los críticos peninsulares- es su libertad, verosimilitud y sentido del humor. Como novela padece del problema mayor y tan difícil de eludir en la autoficción: carencia de volumen, monofonía. Ni siquiera en el cuento que incorpora al libro aparece otra voz y punto de vista y los demás nombres propios, incluido el marido, no alcanzan a convertirse en personajes. Todo es monocorde expresión de la autora-narradora, simpática, aguda, rápida, con buenos hallazgos en su prosa, pero sin construir nada más allá de ella. Perdonado este rasgo egotista, que bien se puede perdonar en este caso, prevalecen los atributos positivos del conjunto. En esta misma línea quizás habría que recomendar un texto que, tocando la misma cuerda, es muy superior literariamente:
El cuerpo en que nací , de la mexicana Guadalupe Nettel.