Un fenómeno extraño ocurre con la literatura: se convierte en cebo irresistible para muchas personas mayores que después de cerrar sus actividades profesionales o de alejarse de ellas, se "reinventan" como escritores de ficción, de memorias -por lo general, autobiográficas- o de ensayos. Su interés menor por la poesía lírica confirmaría que es la pariente pobre de la literatura, como dijo hace poco Óscar Hahn. Humberto Reyes pertenece al grupo de quienes ingresan al campo literario cuando han traspasado con creces el límite de lo que Ortega y Gasset denominaba "generación en retirada". Médico nacido en Santiago en 1934, publicó su primera novela en 2012
( El juego de las circunstancias ) y ahora, después de otro quinquenio, aparece
El espectro de la Villa Serbelloni , colección de relatos que debe mucho a lo que, según confiesa en el primer texto del libro, le ha venido contando a sus numerosos nietos durante los últimos años.
Los cuentos de Humberto Reyes son relatos bien escritos que no pretenden ocultar sus referentes literarios ni sorprendernos con maneras novedosas para contar historias imaginarias. El lector reconocerá motivos y personajes que ha encontrado numerosas veces en otros textos; escuchará la voz de narradores que utilizan estereotipos humanos y clichés circunstanciales, y que además transparentan con demasiada facilidad perspectivas paternalistas y benévolas cuando cuentan. Hay cuatro relatos extensos que justifican lo que acabo de escribir. El que le da título al libro desarrolla el motivo del retorno de los muertos, respetando al pie de la letra los rasgos macabros que adquirió a partir de la novela gótica inglesa y que se popularizaron en el expresionismo y el llamado realismo mágico hispanoamericano: el fantasma regresa al mundo de los vivos, impelido por una fuerza determinada, el cumplimiento de algo, y su aparición tiene lugar en espacios amplios, ya se trate de parques y cementerios solitarios o de castillos y mansiones donde impera el silencio y la semipenumbra. En el cuento "Los hijos de don Venancio" abandonamos el plano de la realidad maravillosa y entramos al de nuestra presente realidad económica. El narrador la describe con los estereotipos que ha adquirido en el discurso político actual: el conflicto entre dos ideologías antagónicas, una buena y una mala, de las cuales la primera acapara sus simpatías, se organiza en torno al motivo del castigo de la culpa, popularizado en relatos literarios y cinematográficos contemporáneos. Su desenlace provoca irremediablemente una tragedia que el lector intuye de antemano. El motivo del engaño de las apariencias sostiene el argumento del relato "Conversación en un salón de té". Tres estereotipos sociales de la mujer chilena burguesa, adinerada, feliz y físicamente atractiva, se reúnen en un salón de té del barrio alto de Santiago, pero su "cuica" conversación revelará sus vacíos interiores, sus desengaños, fracasos e infelicidades. Una muchacha arisca y de lenguaje vulgar descubre el amor por la literatura y aprende a hablar correctamente gracias a las enseñanzas del contador Ernesto Cienfuegos, reencarnación criolla del profesor de fonética Henry Higgins del drama
Pigmalión de George Bernard Shaw ("La muchacha que aprendió a escribir").
Los cuentos de Humberto Reyes no atraen por la novedad de sus contenidos, sino por un lenguaje cuya fluidez transparenta el goce del autor para contar historias que ya han sido contadas antes. Una sintaxis donde no hay nada que reprochar y un vocabulario sencillo y directo que construye sus imágenes con claridad y sin aspavientos retóricos, convierten la lectura del libro en una experiencia placentera. La presencia del zorro Gastón Fox como coautor de los cuentos pareciera confirmar que los lectores hemos reemplazado a los nietos de Humberto Reyes como destinatarios de los relatos. Por eso, al narrador no le preocupa la falta de originalidad de sus historias. Como dice al comenzar el libro, los niños son tiránicos y no permiten desviarse de la versión original.