Resulta curioso el hecho de que una parte de la prensa se haya concentrado en las razones de algún pastor evangélico y las referencias a la Biblia, como si esos hubiesen sido los únicos motivos para oponerse al aborto. Espero que tal selectividad informativa se deba solo a la flojera intelectual o al apuro por acostarse temprano en unas jornadas agotadoras. Sería una pena que tuviéramos que dudar de la seriedad de nuestra prensa, la única autoridad moral que, tras las reiteradas y feas caídas de Giorgio, el incorruptible, nos iba quedando en la república.
La verdad, en cambio, es que bastantes partidarios serios del aborto (que, por supuesto, existen) se llevaron una sorpresa al ver la variedad y sofisticación de las argumentaciones de muchos expertos que afirmaron la inconstitucionalidad de la ley. Se podrá estar de acuerdo o no con lo que sostenían, pero se veía que detrás de las intervenciones de un buen número de personas opuestas a esta ley de aborto había numerosas horas de biblioteca.
Este fenómeno no es casual, sino la consecuencia necesaria de un trabajo que se viene realizando desde hace unos cuarenta años por parte de autores como John Finnis, Robert Spaemann, Alasdair MacIntyre, Martin Rhonheimer, Robert P. George y otros que, desde perspectivas filosóficas muy distintas, han renovado la llamada Tradición Central de Occidente. Por eso hoy está disponible un instrumental analítico muy amplio a la hora de defender la inviolabilidad del derecho a la vida.
Con todo, la simplificación de la postura contraria no es patrimonio de unos pocos periodistas. En el fragor de la discusión, algún abogado sostuvo que aquí se pretendía nada menos que endurecer la protección legal del no nacido. No parece que se pueda deducir eso del requerimiento ni de las intervenciones que lo apoyan. Se trata simplemente de asegurar un mínimo negativo: no es lícito matar directa y deliberadamente a un inocente. Por encima de eso, hay un amplio margen de acción, también en lo que se refiere al trato que hay que dar a la mujer que aborta, que no tiene por qué ser igual, por ejemplo, al que recibe el que hace del aborto una lucrativa industria.
En otro caso no es flojera, sino ciertas ensoñaciones que afectan a los que defienden el aborto. La Constitución es clarita: "La ley protege la vida del que está por nacer". Algunos dicen, sin embargo, que ese mandato se refiere al conjunto del ordenamiento jurídico, pero nada obsta a que hagamos excepciones en casos particulares. Maravilloso: ese mandato afectaría al conjunto en general, es decir, a la ley de pesca o a la legislación de tenencia de mascotas, pero no tendría nada que decir respecto de una ley que autoriza a poner fin a la vida "del que está por nacer".
¿No será más sensato afirmar que esa exigencia afecta a todas y cada una de las leyes, que no pueden ser neutrales en esta materia, pues siempre deben cumplir con este cometido? Entiendo que alguien pueda pensar que una ley de genuina despenalización del aborto podría ser compatible con la Constitución, pero el problema es que el Gobierno y sus partidarios hicieron todo lo posible para que esta ley concreta estuviera salpicada de inconstitucionalidades, como la de pensar que el acompañamiento a la mujer pudiera ser neutro y, por tanto, estar dispensado de cumplir con esta obligación constitucional. O cuando esta ley garantiza como prestación exigible algunos supuestos de aborto directo, lo que va mucho más allá de la simple despenalización.
Lo más genial de todo es la idea de que la protección de la vida del que está por nacer se refiere al conjunto de los individuos que se hallan en esa situación, pero no a ciertos casos determinados. Esta selectividad de los derechos fundamentales sí que resulta sorprendente. Espero que no la apliquen a la libertad de expresión, porque en cualquier momento mi columna podría salir pintada de negro, y ni el diario ni yo podríamos decir nada, pues esa libertad sería un deseo del constituyente que se satisfaría con que otros (ellos y sus amigos) puedan decir lo que se les ocurre. Al menos me quedará el consuelo de que sí habrá sido publicada esta columna, que alude al problema más importante que quepa imaginar: si -para resolver sus gravísimos problemas- unos seres humanos tendrán derecho a disponer de la vida de otros.