Señor Director:
En su columna del domingo, a la que da este original y peculiar título, el
profesor Peña cae, una vez más, en su hasta ahora insuperado afán de demonizar a los obispos -con mayor ímpetu mientras más relevante su jerarquía o representación-, lo cual se repite cada vez que estos cumplen con su obligado deber de orientar a la grey o, simplemente, a cualquier hombre de buena voluntad. Hace una semana era el caso del arzobispo de Santiago y del silencio culposo en que incurriría el Papa si no hablase del aborto. Hoy es el del Comité Permanente de Episcopado porque saca la voz, a propósito del mismo aborto, en defensa de la vida. Palos porque bogas y palos porque no bogas...
Sinceramente, no avizoro bajo qué ángulo podría considerarse que la declaración ("Con más fuerza que nunca promovemos el valor de la vida") ve o trata al pueblo chileno -aunque la acusación tome altura con una máxima kantiana- como a "un pueblo de demonios".
Más bien, a la luz de lo anterior, habría que decir que la personal señalada querencia, no bien resuelta por el columnista Carlos Peña, hace que cada vez que un obispo (peor si es un cardenal de la Iglesia) hable con cierta autoridad de un tema controvertido, "un pueblo de demonios", como la legión de Gerasa, se abalance sobre él para sacudir su espíritu, lo que resulta verdaderamente muy de lamentar.
No discutiré aquí los varios argumentos que esgrime el profesor Peña, pero sí manifestaré mi perplejidad por su descalificación a algo que llama despectivamente "moral de aspiración", que sería la que convoca, según dice, a soportar estoicamente las flechas del destino o las consecuencias de la agresión de otros, actitud que califica, en su generalización, de supererogatoria.
Sorprende, en efecto, que argumente así un hombre de derecho. Pues en nuestra civilización, a diferencia de las culturas precristianas, dominadas por la impulsividad de la ley del Talión ("ojo por ojo, diente por diente"), la ley dominante es la del amor, "aspiración" en ningún caso supererogatoria, muchas veces difícil de alcanzar, pero que da su más hondo fundamento a la cultura y con ella al derecho que se ha desarrollado en este hemisferio del mundo a través de los dos últimos milenios.
Lo cual, por supuesto, no tiene absolutamente nada de contradictorio: "Porque el amor y la fidelidad se encuentran; y la justicia y la paz se besan".
Jaime Antúnez Aldunate