El mejor cine de terror se sostiene sobre una intención metafórica.
Entonces no es solo que los zombies pueblen la tierra, sino que regresen a esos edificios donde fueron tan felices, y por eso chocan con las vitrinas, inundan los pasillos y se agolpan en las escaleras mecánicas, porque los muertos en vida son robóticos, reiterativos y, por lo tanto, vuelven al mall. En esos espacios comerciales pasaron gran parte de su vida y en esos lugares fueron más iguales que en ningún otro sitio.
Ha pasado mucho tiempo desde "El amanecer de los muertos vivientes" (1978), la obra cumbre de George A. Romero, y el género se ha ramificado, extendido y se ha hecho tan explícito como implícito.
"Viene de noche" no necesita casi nada: una gran casa en mitad de un campo como escenario, un puñado de personajes y una amenaza en la atmósfera.
Algo por el aire y en el implícito: destrucción masiva, plaga y un virus que mata y contamina.
Es la idea de un mal contagioso y universal, con o sin zombies, que ahora no está en la ciudad ni en la multitud, sino en la soledad de una familia que usa máscara, guantes y ya conoce el procedimiento frente a un infectado: sangre fría, cerrar los ojos, pegar el tiro, olvidar, incinerar y enterrar.
Así es como malviven Paul (Joel Edgerton), su mujer, Sarah (Carmen Ejogo), Travis (Kelvin Harrison Jr.), un hijo de 17 años, y el cuarto integrante es el perro Stanley, y el desenlace de las películas de terror, como es de clásico conocimiento, siempre parte con las mascotas.
"Viene de noche", sin embargo y en principio, intenta no seguir los pasos ni reproducir las fórmulas, porque al buscar el origen de esa peste se topa con alteraciones diarias y cotidianas. Unos estados de ánimo que se alteran aún más cuando los dueños de casa acogen a otra familia que llega al lugar: una pareja joven y su hijo pequeño.
Al poco tiempo lo que brota de esa convivencia es la desconfianza y surgen tenuemente los componentes que sobrevuelan la vida en sociedad: brotes de envidia y sombras de celos. También se asoma lo que está en la naturaleza y es inevitable: competencia y deseo sexual. Y al final lo que nunca falta: miedo al futuro, también al prójimo y simplemente miedo.
A "Viene de noche" no le resulta fácil cumplir con el metraje y la historia se engancha demasiado con los sueños sudorosos del joven Travis o bien con sus paseos nocturnos a la luz de una lámpara o una linterna.
Este engranaje se amplifica y pasa a una etapa superior: las pesadillas dentro de las pesadillas, para nunca saber si el mal está muy afuera, bien adentro o entremedio.
Este procedimiento rebuscado nubla el origen y surge la duda y la pregunta: ¿fue el sueño de una buena película o la pesadilla de una mala?
Y siempre está como respuesta la tercera vía: ambas alternativas.
Esa es la atmósfera de "Viene de noche".
"It comes at night". EE.UU., 2017. Director: Trey Edwards Shults. Con: Joel Edgerton, Christopher Abbott, Carmen Ejogo. 91 minutos. Mayores de 14.