Dieciséis meses. Esto le bastó a Emmanuel Macron para hacerse del poder en Francia. Fue entonces que siendo aún ministro de Finanzas de Francois Hollande formó el movimiento político con el que ganó las elecciones presidenciales, transformándose en el gobernante elegido democráticamente más joven de la historia de ese país. Su triunfo lo consolidó el domingo pasado alcanzando la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional, con candidatos con escasa experiencia política convocados por su figura. Las elecciones confirmaron la agonía del Partido Socialista y de la derecha tradicional, que redujeron su representación parlamentaria y están divididos entre los así llamados "macroncompatibles", que están por respaldar las reformas del nuevo gobierno, y los que están por darle batalla. La ultraderecha fue marginada, en parte por efecto de un sistema hipermayoritario, pero las fuerzas que están a la izquierda del Partido Socialista alcanzaron una representación relevante bajo el liderazgo vitriólico de Jean-Luc Mélenchon.
Lo sucedido en estos meses revela una notable voluntad de renovación de la sociedad francesa; una suerte de reacción ante el sentimiento de decadencia que la invade desde hace a lo menos cuarenta años. Muestra, a su vez, la capacidad del sistema político para vehicular en forma eficiente esta demanda. No es solo el caso de Macron, electo con 39 años, sin partido, sin haber ejercido jamás un cargo de elección popular y con el "pecado" de haber sido banquero. Lo ocurrido en las elecciones parlamentarias apunta en el mismo sentido. Tres cuartas partes de los nuevos parlamentarios son nuevos, su edad promedio bajó seis años, llegando a 48,6 años, y las mujeres son el cuarenta por ciento. Hay que hacer notar también el triunfo de numerosas figuras que provienen de organizaciones de la sociedad civil, emprendedores, académicos, artistas, deportistas y, desde luego, un buen número de periodistas, y la derrota de muchos pesos pesados de la política, entre ellos varios ministros de Hollande y Sarkozy, el presidente del PS y quien fuera su reciente candidato presidencial, Benoit Hamon. Lo sucedido en Francia en las últimas semanas, en suma, revela una radical renovación del paisaje político y de sus protagonistas.
¿Qué sucederá en los próximos meses? Lo que pasó en los días siguientes a las elecciones es un buen anticipo. Cuatro ministros recién designados, todos de alto tonelaje político, salieron del gobierno por ser aludidos en investigaciones sobre favoritismo y financiamiento político irregular. Ellos fueron reemplazados, respetando escrupulosamente el principio de paridad, por altos directivos públicos con escasas redes políticas pero muy destacados en sus esferas, lo cual refuerza la cohesión y la competencia técnica del gobierno. Esto indica que Macron está por cumplir sus promesas no importa los costos, entre estas moralizar la vida pública.
Ahora viene quizás lo más difícil: la reforma del código del trabajo, destinada, entre otras cosas, a ampliar la negociación laboral a nivel de la empresa. Procederá apelando a una disposición constitucional que permite al gobierno, una vez habilitado por la Asamblea Nacional a través de una ley especial de carácter general, actuar por la vía de ordenanzas, lo cual posibilita al Ejecutivo negociar directamente con el mundo sindical y empresarial sin empantanarse en el debate legislativo. Algunos analistas estiman que las resistencias sindicales se harán sentir desde septiembre y abortarán cualquier reforma laboral. Sin embargo, el debilitamiento de la central comunista, el robustecimiento del sindicalismo reformista de la CFDT, sumados a la ola de adhesión que despierta Macron, podrían conducir a un acuerdo de dimensiones históricas.
"Revolución": así tituló Macron el opúsculo donde expuso sus ideas durante la campaña presidencial. Fue premonitorio. Lo de Francia es una auténtica revolución.