Hace tiempo que no iba al teatro con mi hijo pequeño, pero el trabajo de la compañía Tryo Teatro Banda me anima. He visto varios de sus montajes en los que se conjugan una mirada histórica de nuestro país, el mundo popular, la juglaría y el talento musical. Si bien la función es tarde para ir con un niño, nos abrigamos y estamos a las 21 horas sentados en la sala del teatro de la Universidad Finis Terrae. Un buen detalle, a los niños se les ubica en las primeras filas y eso se agradece; mi hijo de nueve años dice "qué buena vista". Esta vez, la Tryo Teatro Banda trabaja en alianza con el grupo Teatro La trompeta bajo la estética dominante de la primera. Sé que ambos grupos apuestan por un "teatro familiar" de calidad, inteligente y divertido. Y también, me hacen sentir algo que no siento siempre: que el teatro es una fiesta.
Tryo Teatro Banda no es una compañía nueva, llevan dieciocho años trabajando y cuentan con más de veinte obras de teatro montadas con alcance a diverso público. En ese largo camino la búsqueda ha sido fértil y heterogénea, desde colaboraciones con Juan Radrigán, la recreación de cuentos infantiles ("El gigante egoísta", "El flautista de Hamelin"); la aproximación a la historia de Chile desde su prehistoria ("Kay Kay y Xeng Xeng Vilu" y "La Tirana") hasta nuestra independencia ("La Araucana", "O'Higgins: un hombre en pedazos" y "Parlamento").
Esta compañía, liderada por Francisco Sánchez, actor, director e investigador teatral, compositor e instrumentista, ha construido un poderoso proyecto con la impronta de un teatro independiente e itinerante, para seguir de forma consecuente los tres ejes que marcan en su misión: crear montajes de autores y/o temáticas chilenas, itinerar a lugares alejados de los circuitos artísticos y combinar las artes de la actuación con la literatura y la música original en vivo. Su propuesta merece aplausos, han sabido desplegar todos sus talentos, actorales y musicales, en un proyecto teatral original, encantador, sólido, transversal. Un proyecto que cruza historia, cultura popular, elementos latinoamericanos y de los colonizadores españoles; el mejor sincretismo de lo que somos. Sin más declaraciones públicas que un trabajo comprometido, riguroso y renovador, han hecho que el teatro sea una poderosa herramienta pedagógica e histórica para niños y adultos.
En esta oportunidad, regresan a un trabajo que los dio a conocer cuando trabajaron con algunos cuentos del escritor chileno Alfonso Alcalde, de su libro "El auriga Tristán Cardenilla", en una versión adaptada por Sebastián Vila y Ximena Carrera en 1997. Porque esta obra es un reestreno de un montaje emblemático de un grupo de jóvenes universitarios que han demostrado ser más que una joven promesa. Con un nuevo elenco y su estética juglaresca, desarrollada en el tiempo, dan vida a estos personajes marginales con una tonalidad carnavalesca para recrear las historias de este escritor chileno.
La función abre con la historia de un hombre borracho y paupérrimo, Tristán, que vende pescado y que en un arrebato compra, con el poco dinero que tiene, un caballo, provocando una crisis con su esposa. El personaje del caballo es interpretado por Alfredo Becerra, quien enfundado en su traje equino logra transmitir la humanidad que se siente en la lectura del cuento de Alcalde. Hay escenas hilarantes, como la del encuentro íntimo entre esposos que hace que mi hijo y yo riamos a carcajadas. Popea, la esposa de Tristán, se cansa del caballo y del caos vital y los abandona. Este caballo de ojos lánguidos sigue a su dueño por bares y aventuras, pero nada lo salva de ser empeñado en sucesivas ocasiones. Algo recuerda las epopeyas de Rocinante del Quijote, o de "Platero y yo", o las fábulas en las que los animales están presentes para indicar lo que no se puede decir. Esta despiadada acción le ocasiona al auriga Tristán Cardenilla una depresión tan honda que no le cabe otra que buscar refugio en al alcohol, lo que lo lleva a seguir "metiendo la pata". Aquí, en una transición algo confusa, pasamos a la historia de un hombre que mata por culpa del alcohol, es tomado preso y condenado a muerte. Pasa las horas antes del fusilamiento hablando con un cura y pidiendo redención. Este final trágico es tratado como lo haría Alcalde, sublimando a sus personajes populares hasta en los instantes más tristes y oscuros de la miseria. Miro de reojo a mi hijo hundido en la butaca y su mirada abierta me indica que sigue muy atento la historia.
Por otra parte, Alcalde no fue ajeno al teatro. Habría que recordar que participó en la sección final de "Tres noches de un sábado", y Andrés Pérez montó "La consagración de la pobreza". Alcalde en su obra, en múltiples géneros, pintaba un friso de los miserables de Chile destacando la astucia de la sobrevivencia en medio de la adversidad, un sentido del humor trágico y sarcástico, cierta melancolía vital. Algo había del género de la picaresca con sus personajes marginales que sobreviven entre la alegría y el llanto. Dolores que funde en intensos textos poéticos, en una prosa sensible y compleja.
El escenario privilegiado es el bar, la taberna de los hombres como espacio de socialización y transgresión donde ahogar las penas en el alcohol y las mujeres. Una celebración vitalista al borde de la muerte, la locura y la vulnerabilidad social, un teatro vivo en el que los miserables ríen aunque el mundo se les esté cayendo a pedazos, donde se le toma el pelo hasta a la religión. Nos conmueven, nos sentimos tan pobres en nuestra forma de enfrentar la vida.
En la función, son sorprendentes los mecanismos de expresión corporal, de manipulación de objetos, de ejecución musical. La banda en vivo no acompaña, sino que está dentro del cuadro: Francisco Sánchez interpreta a un acordeonista ciego y Sebastián Vila, en tanto, tiene a su cargo las percusiones. Un espectáculo vivaz y divertido que se sella, luego de los aplausos, con otra fiesta: cantar el cumpleaños feliz al actor Alfredo Becerra. El actor no se quita la máscara equina y agradece sin relinchar. El elenco -compuesto, además, por Pablo Obreque, César Espinoza, Alfredo Becerra, Marcelo Padilla, y Eduardo Irarrázaval y las actrices Carolina González y Daniela Ropert- transmite una y otra vez algo poco habitual: carisma. Carisma dentro y fuera del escenario. Mi hijo aplaude con sus manos pequeñas y sale muerto de la risa. La noche fría del viernes adquiere otro brillo. A veces ir al teatro es una fiesta, una fiesta familiar.