Que las mujeres vienen de Venus y los hombres, de Marte. Que ellos son por naturaleza cazadores, exploradores, temerarios y competitivos, mientras ellas se inclinan por las labores de cuidado y protección. Que ellos buscan y mantienen el poder gracias a su testosterona, mientras ellas lo rehúyen, privilegiando los lazos y los vínculos. Que desde la época de las cavernas ellos están llamados a salir de la cueva y explorar el mundo para conquistarlo, mientras ellas permanecían adentro, naturalmente dedicadas a avivar el fuego, cuidar a los niños y recoger frutos cercanos. Que por eso mismo ellas son buenas para comunicarse y hablar, mientras ellos poseen notable capacidad espacial y geográfica... La lista de creencias sobre las diferencias entre sexos es larga, antigua y "esencialista". Por una parte, define a los individuos de acuerdo a su género, más allá de sus características personales. Y, además, plantea que estas tendrían origen "natural", es decir, genético: serían rasgos incrustados en el ADN y no producto de construcciones culturales e históricas.
Pero un nuevo libro ha venido a desafiar -con rigor científico y también con ironía- estas teorías. "Testosterone Rex", de la académica australiana Cordelia Fine, se ha convertido en uno de los
hits de la temporada en Estados Unidos, justamente porque va atacando certeramente cada uno de estos mitos sobre el ser femenino y el masculino. Prueba que la famosa "aversión al riesgo" de las mujeres no es tal, pues siempre se mide en torno a prácticas masculinas, como manejar un auto rápido o practicar deportes extremos. "Aunque las mujeres habitualmente corren riesgos, a menudo parecen deslizarse bajo el radar investigativo. Por ejemplo, puesto que los índices de divorcio andan cerca del 50%, ser la que deja el empleo o lo reduce cuando llegan los hijos es un riesgo económico significativo (...) En Estados Unidos, estar embarazada es alrededor de 20 veces más probable que resulte en muerte que un salto en paracaídas", dice Fine.
También, el libro revela que esta definición esencialista, lejos de ser neutra, relega a las mujeres a estar asociadas a categorías complicadas para su desarrollo profesional. En definitiva, han sido creencias que han alimentado la idea de que hay un género mejor dotado para el mundo del trabajo, el dinero y el poder, y otro, para el cuidado de la familia. Pensar así ha profundizado una separación de roles que empobrece a todos por igual. Es la música de fondo que hace que las mujeres les teman a las carreras del área STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés), que no ocupen las posiciones más altas en las empresas o peleen por sus salarios, factores que explican la brecha salarial. Y también es la mano invisible que hace que para algunos (y algunas) muchas características que admiran en los hombres sean motivo de descalificación en las mujeres. Que la asertividad en una mujer sea vista como agresividad, que una mujer que busca surgir sea catalogada de ambiciosa, o que defender las ideas y causas con fuerza sea señal de obstinación.