Hace un par de semanas Guillier auguró que el progresismo ganaría a la derecha, al tanto que se reconoció como progresista. ¿Será cierto?
Dudo, porque no siempre resulta verdad lo que afirma de sí mismo. Con frases a la bandada, hace años rechazaba ser de izquierda, más tarde dijo que no es político; luego que era distante de la "vieja política" (y la busca), hace poco señaló que si no había primarias, se restaba de la primera vuelta y que si Ricardo Lagos decidía postular, él no participaría y "lo apoyaría desde el primer día".
Con todo, creámosle que es progresista. Pero, cuidado, es concepto de significado disímil. Todos los partidos de la Nueva Mayoría se adscriben al progresismo, como también otros emergentes y hasta parcialmente políticos de oposición. Y no debiera extrañar, por cuanto es una corriente de pensamiento que, en nuestra época, es multidimensional. En términos generales todos dicen favorecer el desarrollo de la humanidad, el progreso social, cultural, el bienestar de la población en todo sentido, creen en la democracia participativa y el Estado de Derecho, etc., pero hay combinaciones en la adhesión a temas, a medios y grados que se enfatizan, amén que progresista también significa asumir posiciones de acuerdo al repertorio de valores y principios que predominan en las colectividades o en cada persona. Así, algunos son más moderados y otros más radicales. Un progresista completo se declara, además de lo señalado, laicista, anticlerical, promotor de la libertad sexual y corporal, de los derechos de las minorías, del multiculturalismo, del ecologismo, de la marihuana, etc.
Aunque en ciertas sociedades ser progresista es sinónimo de liberal, cabe señalar que hacia fines del siglo XX -caída del Muro de Berlín, derrumbe de socialismos reales- surgió en Europa una izquierda renovada que fue alejándose del marxismo hasta llegar a abandonarlo. El fenómeno en cuestión inauguró y consolidó el progresismo que campea hasta nuestros días. Obviamente, el fenómeno tuvo su expresión en Latinoamérica. Aquí, esta nueva izquierda se manifestó en diversos gobiernos que fueron reconociéndose como progresistas, unos próximos a la centroizquierda y otros a la izquierda rígida, ideológica, sindicada por politólogos como socialismos del siglo XXI, los cuales asimilaron partidos herederos del marxismo, como son los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Aquí es donde cabe preguntar a qué progresismo se refiere Guillier: a uno moderado o al más radical. El primero, por decir alguna característica, se identifica con la socialdemocracia, con un Estado comprometido con el bienestar de las mayorías y que convive con una economía social de mercado, abierta al comercio internacional y que implementa gradualmente reformas sociales evaluando sus resultados, etc. O bien, se identifica con el progresismo más extremo, que aspira a profundizar la democracia, optando por horizontalizar el poder, mediante consultas ciudadanas directas en distintos niveles. Un progresismo que rechaza indiscutiblemente el modelo de mercado por ser expresión del capitalismo, a cambio de establecer un Estado interventor, con pretensiones de estatizar las riquezas y servicios básicos, enemigo de las multinacionales y partidario de encaminar la economía, al país en general, hacia nuevas formas de integración regional e inserción internacional.
Le será difícil a Guillier compatibilizar los variados contenidos programáticos de los progresismos que cohabitan en la "vieja política" que lo apoya. De partida, le faltará presupuesto. El más complejo es el del PC, la versión más dura, de corte marxista: completar la reforma sindical y educacional, esta de calidad y gratuidad total; mismo criterio respecto de la salud y el sistema de seguridad social y, cómo no, "nacionalizar" (estatizar) la explotación del litio y del agua. Que el senador lo piense bien, son "lineamientos esenciales" para el PC.