Chile renunció dos veces a la organización de los Juegos Panamericanos. En 1975 y 1987, Santiago no pudo albergar la competencia polideportiva más importante del continente. Se aludieron problemas económicos. En 2013, luego de la bochornosa derrota frente a Lima en la lucha por la obtención de los Juegos de 2019, el periodista Antonio Valencia desclasificó en estas páginas -en una entrevista con Gustavo Benko, ex presidente del Comité Olímpico de Chile- la verdadera historia del porqué la dictadura de Augusto Pinochet le bajó el pulgar al evento en la segunda ocasión.
Hoy, con la ratificación en los hechos de que Santiago será la sede en 2023, es tiempo de regocijarse, pero también de calibrar el enorme desafío. Para dimensionar el tamaño de la empresa, habrá que decir que solo el Mundial de 1962 se compara con los Panamericanos, aunque en esta ocasión la cantidad de deportistas que visitarán la capital supera de manera exponencial las delegaciones de la VII Copa Jules Rimet.
Sería relevante que todos los candidatos a la Presidencia de la República declaren su apoyo, rechazo o reticencia. Lo mismo debiera ocurrir con las coaliciones y partidos políticos. Conocer su posición es trascendente, más aún cuando la justa se desarrollará en dos gobiernos más y los vaivenes de la economía pueden sugerir alguna duda de las futuras autoridades. Los electores y el mundo del deporte sabrían sobre qué terreno están pisando, en una etapa donde es necesario tomar decisiones.
El Presidente Jorge Alessandri dejó la vara alta. A pesar del terremoto de 1960, garantizó la realización del Mundial con un argumento que no pierde vigencia: Chile honra y cumple sus compromisos. Los Juegos Panamericanos 2023 se transforman entonces en una cuestión de Estado.
La elección del antofagastino Neven Ilic como presidente de la Odepa resulta saludable, aportando también un factor positivo y de confianza para las autoridades gubernamentales. El comité organizador local será el motor de una tarea que requiere urgencias no menores. La construcción de la Villa Olímpica y la infraestructura deportiva son prioridades.
Una pregunta surge de inmediato: ¿Se mantendrá el coliseo del Estadio Nacional como escenario del atletismo, la inauguración y la clausura? ¿Vale la pena seguir maquillando una construcción que data de 1938, cuya nobleza valoramos los que asistimos con regularidad a sus tribunas? La realidad es que la obra señera de Arturo Alessandri Palma cumplió con creces su vida útil y la ciudad necesita un estadio moderno y eficiente.
Un debate interesante, en el que intervienen variables económicas, políticas y sociales. El sector de la galería norte, que recuerda a las víctimas de violaciones a los derechos humanos luego del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, obliga a la reflexión. Un monumento en el frontis, por Avenida Grecia, visible siempre, que recuerde a todos la tragedia ocurrida, puede ser una alternativa.
Cuando la economía camina con lentitud, los Juegos pueden ser un motor que genere inversión y trabajo, pero ante todo, el factor de unión de una sociedad que requiere un estímulo colectivo de largo aliento.