Señor Director:
La edición de
Artes y Letras del domingo recién pasado dedicada a los 100 años de la Revolución rusa, me pareció algo aséptica. Leyendo esas páginas, nadie podría imaginarse la tragedia que significó para Rusia y luego para el mundo.
Un botón de muestra. En la página E5 aparece la foto de una ruma de cadáveres en un cementerio con el siguiente pie de foto: “Hambrunas. Distintos factores, entre ellos las malas cosechas, la guerra civil y requisas excesivas, influyeron en las duras hambrunas de 1920 y 1921”. En realidad, esa hambruna que terminó con la vida de 5 a 6 millones de personas, y en la que por supuesto también influyeron los factores antes mencionados, fue el resultado de una política implementada por Lenin y el gobierno bolchevique, dirigida a terminar con la propiedad privada en el campo, para lo cual declararon una verdadera guerra a los campesinos, en la que tuvo su bautismo de fuego el nuevo Ejército Rojo.
En un discurso a los trabajadores de agosto de 1918, decía Lenin: “Los kulaks (pequeños propietarios campesinos) son los más brutales, los más groseros, los más salvajes explotadores (...) Esas sanguijuelas se han hecho ricas durante la guerra a costa de las necesidades del pueblo (...). Esos vampiros han acaparado y siguen acaparando en sus manos las tierras de los terratenientes, esclavizando una y otra vez a los campesinos pobres. ¡Guerra despiadada contra los kulaks! ¡Démosles muerte!”.
Puede recordarse, además, que durante el gobierno de Lenin, entre 1917 y 1922, Rusia perdió 13 millones de habitantes: dos millones y medio en la Guerra Civil, dos millones por epidemias, un millón como consecuencia del terror y del bandolerismo, 300.000 en ‘progroms’ contra los judíos, entre un millón y medio y dos millones que alcanzaron a emigrar, y el resto en la gran hambruna. La violencia y el terror no serían una originalidad de Stalin, sino que son de la esencia de la Revolución Bolchevique.
Enrique Brahm García
Universidad de los Andes