Contra todo el optimismo que suele prodigar Mario Salas al término de cada derrota, es muy posible que Universidad Católica quede eliminada en la fase de grupos de Copa Libertadores. Y más que por virtudes ajenas, lo hará por errores propios, aun cuando en la globalidad el rendimiento de los cruzados sea bastante superior en el torneo continental que en el campeonato local, que tampoco es algo como para enorgullecerse, asumiendo que la meta a comienzos de temporada era el tricampeonato.
La derrota del martes ante San Lorenzo es el perfecto resumen de su derrotero en la Libertadores: un primer tiempo de discreto nivel, sin protagonismo, falto de reacción ante la propuesta del rival, abundantes imprecisiones en las líneas y un balance individual muy plano. En lo que va corrido de este certamen, Universidad Católica no se ha podido despercudir de un preocupante inmovilismo futbolístico que le invade durante los primeros 45 minutos. De los cuatro partidos jugados, en tres se ha ido al descanso en desventaja -merecidamente- y en el restante, ante el mejor equipo del grupo, Flamengo, apenas con un sufrido empate. El viraje que manifiesta su rendimiento en las etapas complementarias la mantiene con vida y con la esperanza de clasificar, pero la aparente ventaja con que llegó a Boedo hoy es solo un espejismo.
Mario Salas, el técnico que mayores garantías de permanencia ha logrado atesorar en el club durante este siglo, debe asumir que su plantel no ha sido capaz de sostener la base de juego que alcanzó en el segundo semestre del año pasado. La solidez que exhibió la UC cuando logró el bicampeonato nunca más tuvo recurrencia esta temporada, ya fuera por una sostenida baja de sus pilares individuales, donde Diego Buonanotte lleva el estandarte, o porque el colectivo no pudo corregir las deficiencias que partieron dramáticamente en el bloque defensivo, que se prolongaron a un mediocampo estéril en construcción creativa y que culminan en el frustrante rendimiento de Santiago Silva, cuya entrega en cada partido contrasta penosamente con el objetivo para el que se le trajo: reemplazar a Nicolás Castillo en presencia en el área y en cantidad de goles.
La trampa dialéctica en la que caen los dirigentes y técnicos de los clubes cuando quieren ocultar un revés, como es priorizar un certamen por sobre otro (la Libertadores por el Clausura), puede significarle a Universidad Católica un lamentable cierre de semestre si es que no supera la fase de grupos. Sin considerar que este fin de semana una caída en el clásico universitario sería fatal en el plano interno y debilitaría la continuidad de algunos jugadores que terminan contrato, la gran inquietud del presente cruzado es que da la impresión de que pese a todos los esfuerzos, su fútbol y el momento vital de sus figuras no serán suficientes para cumplir el único objetivo que los mantiene en alto.