Que, últimamente, algo estamos haciendo muy mal, no admite ya mucha discusión. Se han destruido 120 mil empleos formales en doce meses. El Banco Central espera para este año un crecimiento económico apenas de alrededor de 1,5% y estima entre 2,5 y 3% el máximo que a futuro podría ser alcanzado sin provocar inflación. Cuatro años atrás, nuestro potencial se calculaba en cerca de 5%.
No debería sorprender entonces que el ex Presidente Piñera, hoy candidato, recordando la gesta post 27-F, caracterice -metafóricamente- la misión del próximo gobierno como la reconstrucción de "un país asolado por otro terremoto provocado por la Nueva Mayoría".
Discrepa de ello el sociólogo y colega columnista Eugenio Tironi, quien en su comentario de esta semana se vale de mi columna anterior para justificarlo. En ella escribí que no solo los indicadores económicos tradicionales, sino también las comparaciones internacionales de "desarrollo social", e incluso un novedoso ranking de percepción de felicidad, dejan al país muy bien situado. Es obvio que ello es el fruto de los avances de las últimas tres décadas y no cabría atribuirlo al gobierno actual, como parece colegir Tironi. El ingreso per cápita, que es un ingrediente clave de esas mediciones, no habrá registrado mayor aumento durante este mandato. La paradoja es que los líderes de la Nueva Mayoría, y sus intelectuales, al son de las protestas estudiantiles de 2011, hicieron suya una tesis elucubrada por sus críticos de extrema izquierda: la del "Gran Malestar" que aquejaría al país, supuestamente ocasionado por las injusticias inherentes al modelo "neoliberal" vigente desde los años ochenta. Respaldaron así un programa de gobierno que no trepidaba en pulsar el botón rojo del populismo, prometiendo educación gratuita y otros beneficios, financiados con impuestos que solo gravarían a los "poderosos de siempre", así como cambios regulatorios por doquier y una nueva Constitución plena de "derechos sociales garantizados". El origen de la desconfianza imperante no está solo en el contenido mismo de las reformas en curso, sino en que un bloque político amplio y respetado de pronto abjurara de su exitosa obra y pasara a vitorear el dañino trabajo de la retroexcavadora.
La tesis del Gran Malestar no tiene sustento convincente ni en las encuestas de opinión ni en los indicadores socioeconómicos. Pero hay muchas y acuciantes carencias que sin un vigoroso crecimiento de la economía no será posible subsanar. Si en 2009 hablábamos de que era necesario despertar al país de una siesta -placentera, pero improductiva- y nos proponíamos cambiar no su rumbo, sino el ritmo con que el país marchaba, ahora habrá que obtener del electorado un mandato inequívoco para desandar el mal camino y reemprender el arduo ascenso.