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Cartas
Jueves 30 de marzo de 2017
Camiones incendiados
Señor Director:
El carácter selectivo de estos atentados incendiarios en La Araucanía, a juzgar por el objetivo contra el que van dirigidos, y el hecho de que siempre la adjudicación de la autoría sea explícita, deben inducirnos a una reflexión que nunca aparece en ningún comentario. Esa reflexión es un interrogante obvio: "¿Por qué pequeños grupos de mapuches de modestos recursos cometen estos actos penados por la ley, arriesgando su libertad y hasta su vida? ¿Por el puro gusto de hacer daño?".
Si se tratara de terroristas, no quedaría un mensaje escrito identificando a los autores. Además, la violencia terrorista suele ser más gratuita y a veces inexplicable. Por lo general, la mayor parte de las víctimas son gente inocente, y los atentados pueden adquirir proporciones gigantescas.
Interrogado el líder de la “Coordinadora Arauco Malleco”, Héctor Llaitul, sobre el caso de Lumaco, respondió: “Se trató de un acto muy rústico que ejecutaron unos treinta hombres unidos por un sentimiento insuperable de rabia, por el desprecio, el hambre y la miseria de sus familias. Hasta un animal reacciona con violencia cuando está herido”.
Informado de las verdaderas causas y amplitud del conflicto que arden en La Araucanía, creo que estos atentados son las primeras manifestaciones de fuerza de una movilización muy amplia de todo el pueblo mapuche, que siente que, en el largo historial del despojo de su territorio, está llegando a una situación límite, aquella en la que al afectado ya no le importa ser encarcelado, morir, ni perderlo todo, aunque su acto de resistencia solo sirva como un testimonio.
Esta movilización del pueblo mapuche ya está en todas las comunidades. Es mucho más que lo que los chilenos normales pueden imaginar, pues conlleva una fuerte revitalización de su cultura, capaz de dar nueva fuerza a las instituciones que fueron las de su nación en el pasado. Entre estas instituciones está el “Weichafe”, el combatiente clásico, cuya lucha obedece a motivos espirituales de su cosmovisión (territorialidad, cultura, identidad, autonomía).
No bastó con la atroz guerra del Estado chileno contra los mapuches en el siglo XIX, en la que perdieron la mayor y la mejor parte de su territorio ancestral (Wallmapu). El despojo gradual ha continuado en el siglo XX y hoy desciende hacia el sur. “No es terrorismo –dice Llaitul- luchar por recuperar las tierras que nos han usurpado. No es violencia ofensiva, es resistencia defensiva”.
Es cierto que en el desarrollo del conflicto han ocurrido hechos atroces (por ambas partes), pero es la corta vista de nuestras autoridades políticas la que les ha impedido entender que es ahora el momento de hacer justicia de verdad, mediante el diálogo prometido que nunca ha llegado.
En Chile se aplica la ley, pero no se hace justicia.
Gastón Soublette