Lo sorprendente de las declaraciones de José Antonio Pizzi después de ganar a Venezuela ("No los veo contentos: parece que se malacostumbraron") es que simula o se está dando cuenta recién de que la nueva generación del público chileno que sigue a la Roja se habituó a ganar, y que también una buena parte del periodismo deportivo, desde que llegó Marcelo Bielsa, subió considerablemente su parámetro crítico, algunos llegando incluso a un nivel de exitismo que hace sospechar de la mínima objetividad que requiere este oficio profesional. Si su reacción es auténtica, el entrenador se tardó un poco más de lo razonable en tasar lo que significa dirigir a esta generación extraordinaria e irrepetible, y de los riesgos que asumió cuando aceptó sentarse en la banca. Si fue solo una observación al estado de ánimo de la sala de prensa, es porque seguramente fue un fiel reflejo de lo mismo que debió haber visto la noche del martes en el camarín y en el estadio Monumental apenas terminó el partido.
Es digno de análisis que luego de perder con Argentina y de vencer a Venezuela quede flotando en el ambiente desencanto, porque en ambos partidos se pudo hacer mucho más. Y si bien Pizzi insiste en que en las dos presentaciones se hicieron partidos que lindaron la perfección, Chile debió haberse retirado con una ventaja superior a la que hoy refleja en la tabla de posiciones. Tanto en puntos como en diferencia de goles. Entonces, asombrarse como lo hace Pizzi con la insatisfacción de la gente y considerar injustos los cuestionamientos al juego de la selección es una reacción que para los ambiciosos y perfeccionistas da para preocuparse, aun cuando todos sepamos que la conducción del DT tiene más de pragmatismo y de estrategias de administración del recurso talento-humano que de cualquier otra característica.
Tampoco se trata de no reconocerle nada o poco a Pizzi. No tendrá un modelo propio, un sello distintivo o una especificidad en su discurso del que extraer una perla, pero sin duda que ese estilo respetuoso es funcional a la condición ambiental de esta selección. No tan solo nomina y les da confianza a los que tiene que poner en cancha, sino que también asume un rol de protección en el que jamás un jugador se podrá sentir vulnerado. Pizzi es un entrenador que otorga seguridad al plantel y garantía a la institucionalidad, y que ahora con su "parece que se malacostumbraron" empieza fijar una posición respecto de cómo quiere o le gustaría que se califique y evalúe a la Roja durante su proceso.
En una competencia como las eliminatorias sudamericanas, donde se juega tanto y en intervalos de tiempo tan determinados, puede sonar injusto pedirle definiciones sustantivas -o de fondo- a un seleccionador más que planificar los entrenamientos, saber elegir a los titulares y no errar el diseño táctico. Pizzi ha cumplido con esos requisitos en un porcentaje alto, lo suficiente como para estar clasificando directamente al Mundial. Para esta contingencia su presencia basta y sobra. El punto es saber si la templanza, y esa suerte de conformismo que muestra Pizzi, tiene consonancia con las aspiraciones vitales de Sánchez, Vidal, Medel, Bravo, Aránguiz y el resto, que olfatean que Rusia puede ser la última oportunidad de la gloria eterna.