Esta es la mejor película que se ha hecho sobre Jacqueline Kennedy y los tumultuosos días que siguieron al asesinato de su marido, el Presidente John F. Kennedy. Eso sí que la vara no es muy alta: por alguna rara razón, las películas anteriores son insanablemente malas
(Jacqueline Kennedy: vida privada, Jackie Bouvier Kennedy Onassis, un pelo menos
Las mujeres de Camelot), a pesar de que fue la viudez más famosa y magnética del siglo XX.
Como siempre ocurre con las
biopics, es imposible saber si la de Natalie Portman es la mejor personificación de Jackie Kennedy; solo se puede decir que es la más interesante. Y lo es también porque el repertorio de personajes que la rodea es el mejor que se haya producido. Lo que ha conseguido Pablo Larraín en cuanto a inserción en el cine norteamericano escapa de cualquier comparación local. Es necesario decir esto para situar a
Jackie con un mínimo de justicia: sus estándares están muy lejos del cine nacional.
El relato se desarrolla en torno a la larga entrevista que Jackie Kennedy concedió a la revista
Life en 1963, apenas una semana después del magnicidio, que la película muestra como una larga confesión que la viuda manipularía a su antojo para su publicación final.
El periodista (Billy Crudup) acepta sin resistencia no solo estas condiciones, sino también la fantasía de que la presidencia de Kennedy fue como el reino (fantasioso) de Camelot, un encantamiento "breve y brillante" como imaginó no la historia, sino el musical de Lerner & Loewe (tercera fantasía) en los 60 y que el Presidente escuchaba todas las noches (cuarta fantasía) antes de dormir. La conclusión de Jackie es, cómo no, romántica: "Habrá grandes presidentes, pero nunca más habrá un Camelot".
Check.
El amenazante Mordred, aspirante a barrer con Camelot, parece ser, para la interpretación histórica de
Jackie, Lyndon B. Johnson. Pero la interpretación histórica no es el fuerte de esta película y LBJ es una de las cosas más difíciles de los Estados Unidos modernos. Mordred tardó más de 50 años en llegar a la Casa Blanca: ya sabemos quién.
La entrevista (o la cajita de fantasías) está puntuada por recuerdos cuyo centro es la lucha de la viuda por dar a su marido un funeral similar al de Lincoln, a pesar de que la paranoia cunde en el país. La conversación más importante es la de Jackie con un viejo sacerdote (John Hurt), donde se expone la confusa naturaleza de la discusión por el funeral.
La película adopta el punto de vista de la protagonista -el periodista parece un comentario de la propia posición del cineasta-, y la cámara se mantiene junto a su rostro en todos sus momentos de mayor perturbación. La ejecución fílmica agudiza el subjetivismo del cine de Larraín, que en sus instantes más ríspidos debería seducir a Darren Aronofsky (uno de los productores ejecutivos) y en los más líricos recuerda a la hiperconciencia de Terrence Malick.
Jackie puede estar más cerca del primero que del segundo, pero se mide con ambos. ¿Alguien más está haciendo eso en Chile?
Jackie
Dirección: Pablo Larraín.
Con: Natalie Portman, Billy Crudup, Peter Sarsgaard, John Hurt, Caspar Philipson, Greta Gerwig, John Carroll Lynch, Max Casella.
100 minutos.