La Democracia cristiana se enfrenta a su decisión más tremenda en sus 60 años de vida.
Cuando apoyó con entusiasmo (Frei Montalva y Aylwin) el derrocamiento del gobierno de Allende, la decisión fue obvia y mayoritaria: había sido oposición rotunda al proyecto de la UP (una pequeña disidencia hubo, eso sí).
Y quince años después, cuando encabezó con su candidato -el mismo Aylwin- la opción para derrotar al gobierno de Pinochet en el plebiscito y a Büchi en la presidencial, su decisión fue igualmente obvia y mayoritaria: se había transformado en oposición rotunda al gobierno militar (importantes DC habían abandonado la colectividad, eso sí, para seguir apoyando a Pinochet).
Pero y hoy: ¿qué hacer?
Maniatada por esos vaivenes que la han desperfilado casi por completo, la decisión de las próximas semanas es tan difícil que solo puede afirmarse una cosa: de esta encrucijada, la DC, haga lo que haga, saldrá definitivamente debilitada. Ha sido tan eficaz para autoencajonarse que solo le queda la huida hacia delante, hacia el despeñadero.
¿Por qué?
Porque aunque cuente con una eventual candidata de buenas perspectivas, Goic, su presidenta, presenta varios inconvenientes mayores.
Por una parte, insiste en querer participar en primarias, donde perderá sin remedio (¿alguien piensa en la DC que la suma PS, PPD, PR y PC no alcanzará para derrotarla... y por paliza?). Claudio Orrego podría explicarle por qué no es bueno ver la piedra, apuntarle directamente y tropezarse a propósito en ella.
Por otra, es improbable que pueda concitar la unidad entre los mismos democratacristianos. Divididos como están frente al aborto, un porcentaje significativo le dirá que no a Goic por haber votado a favor; otros preferirán no apoyarla, debido a su opción continuista respecto de la Nueva Mayoría. Y si la propia senadora condiciona el éxito de su candidatura a la unidad partidaria, es evidente que se está planteando un imposible.
Quizás por esas razones -y por otras solo conocidas en la fraternidad de la flecha- varios de los más sensatos próceres del partido argumentan que la candidatura Goic -u otra- podría tener mejor opción en primera vuelta. No cabe duda de que Mariana Aylwin, por ejemplo, lograría recuperar para la DC un patrimonio simbólico de alto vuelo y, por cierto, le restaría varios dígitos a la candidatura Piñera: los democratacristianos que reniegan de las izquierdas preferirían sin duda a una militante activa que a un ex simpatizante.
Suena bien, pero se presentarán dos problemas sin solución.
Primero, ¿quién convence a todos los candidatos democristianos al Congreso de que esa candidatura en primera vuelta -a la que se asocia obviamente una lista propia de postulantes al Parlamento- les garantiza los porcentajes para ser electos dentro del nuevo sistema proporcional? ¿No tiene acaso ese tercio conformado por una izquierda unida en una sola lista parlamentaria en la elección de senadores y diputados, de nuevo, la sartén por el mango?
Y, en segundo lugar, la renuncia de militantes. Si llegara a concretarse una postulación DC en primera vuelta, vayan preparándose para contemplar la fuga de alcaldes, concejales y otros militantes que, no amarrados por ninguna legislación antidíscolos, preferirán cambiar de tienda. Algunos, porque querrán asegurar sus candidaturas dentro de cuatro años vinculados a lo que quede de la Nueva Mayoría; otros, simplemente porque se sentirán más cómodos fuera de un partido al que considerarán en proceso de derechización.
Pobre DC: una vez más está enfrentada al viejo dilema de Rubén Darío: "¡si me lo quitas, me muero; si me lo dejas, me mata!"
Esta vez, el dilema parece augurar un triste final.