El P. Remigio, bretón cuya herencia celta asomaba por cada centímetro de su corta estatura, tenía una cabeza algo más grande que lo que convenía a su cuerpo, pero esta leve desarmonía se equilibraba, por la base, con el tamaño de los enormes calamorros con que se trasladaba de un lado para otro. Había sido profesor de nuestro padre y aunque nunca se supo con certeza qué enseñaba, con hacerlo en francés sus alumnos acostumbraban el oído desde penecos, y eso se estimaba suficiente.
Con los años, se le fue escapando la mente, dando paso a una permanente sonrisa campesina, de boca enorme y dientes separados. Se le envió a una casa de descanso en el campo. Ahí se dedicó a tener visiones nocturnas de Juana de Arco, a recolectar semillas y hojas para los herbarios que colmaban su dormitorio, y a hurtar botellas de vino de la cocina, que escondía bajo la cama, dando a su celda un maravilloso aroma a bodega. Cuando se ofrecía la ocasión, se le aparecía también San Dionisio de París, con quien mantenía amenas conversaciones nocturnas. A menudo patojeaba de madrugada por los corredores entablados, trasegando una cantidad de cosas heteróclitas entre la despensa y su celda. Fue causa por años del pésimo dormir de los novicios que tenía de vecinos. Sorprendido por alguien, sonreía con esa bocaza ancha y exclamaba "¡expansión, expansión!".
Este amable bretón, amante de porotos y de corderos, se encontró viviendo sus últimos días en una región donde ambas cosas eran de excelente calidad. Y se aficionó a la cocina chilena, que llegó a conocer en aquella época, hecha por unas "maestras" lugareñas que cocinaban enormes ollones de granados y asaban de a medio cordero por vez en unas cocinas altas, descomunales, alumbradas por los grandes fogones y un par de ventanucos allá arriba.
Su "bon goût" instintivo le enseñaba pequeños trucos. Para no morder los picantes ajíes verdes que se ponía en la mesa cuando había porotos granados, tomaba uno, lo partía por la mitad, lo despepitaba y, agarrándolo por el palito, lo ponía al borde del plato y, con la cuchara, raspaba la jugosa carne interior, mezclándola con el guiso. "Se aprovecha el sabor y el aroma, pero no pica", decía, entre "¡expansión!" y "¡expansión!".
Porotos granados exprés
Este plato le permitirá reírse de los puristas y disfrutar de unos excelentes porotos. Ponga a cocer en agua con poca sal unos 250 gr, más o menos, de zapallo trozado. Cuando esté blando, agregue 1 k de porotos granados congelados (de bolsa). Descongele 500 gr de choclo desgranado y congelado (también de bolsa). Muela la mitad en licuadora. Agréguela con el resto del choclo en granos a la olla. Fría en aceite 1 cebolla grande picada. Alíñela con orégano, comino, ají de color. Ya transparente, agréguela a los porotos. Sal. Cueza otro poco. Los porotos deben quedar cremosos.