A lo largo del siglo XX, uno de los paradigmas de la ambición creativa era escribir al menos un libro -una gruesa novela, ojalá- donde se demostrara que, aparte de sus facetas públicas, el autor debutante (fuese empresario, abogado, profesor, actor, etc.) era además un narrador de excepción. Algo parecido ocurre hoy con el cine: en la medida que los costos de realizarlo se abaratan, no es extraño que gente ajena a ese medio se entusiasme y sueñe con hacer una película. Hay numerosos ejemplos de músicos, deportistas, médicos y hasta de economistas que han dejado documentales acerca de sus experiencias, pero cuando se habla de ficción el listado todavía es estrecho. Novelistas (Paul Auster) y dramaturgos (Kenneth Lonergan) suelen ser bien recibidos como directores, pero hasta el elogiado debut de Tom Ford con "A Single Man", en 2009, nadie había oído hablar de un diseñador de alta costura que se pusiera detrás de la cámara.
Muchos corrieron a alabar la trabajada estética del filme, como si este fuera una lógica extensión del exitoso trabajo de su realizador en las pasarelas, pero lo cierto es que la cinta no requería de rebuscados parentescos. Su evidente calidad invitaba a pensar algo más radical: tal vez Ford debía olvidarse por un rato de los croquis, los cortes y las telas para concentrarse al máximo en las imágenes y la pantalla. Intentarlo de nuevo le costó siete años, y el resultado -estrenado en el pasado Festival de Venecia- descolocó a buena parte de sus fans, sobre todo porque "Animales nocturnos" no es lo que uno llamaría una película "artística", sino la elaborada yuxtaposición de tres relatos simultáneos que van volviéndose más y más oscuros: en el primero, Susan (Amy Adams) es una reconocida curadora de arte de Los Angeles atrapada en un matrimonio a punto de irse a la quiebra, emocional y monetariamente. Justo cuando la crisis se hace evidente, ella recibe el manuscrito de "Nocturnal Animals", una novela de pronta publicación escrita por su primer marido, al que abandonó hace casi veinte años. Le basta comenzar a hojear las páginas para dejarse atrapar por su trama, que de inmediato se convierte en la segunda hebra narrativa: un matrimonio y su hija cruzan en auto el oeste de Texas, hasta que en plena noche comienzan a ser acosados por tres sujetos, quienes no solo los sacan de la carretera sino que golpe a golpe le refriegan al padre su "pasividad" y "debilidad" a la hora de defender a su familia. Al ir leyendo el libro, Susan se imagina al padre con los rasgos de Tony, su ex esposo escritor (Jake Gyllenhaal), lo que abre paso a la tercera parte de la historia: el relato de cómo ellos se conocieron, se enamoraron y luego se fueron al diablo.
Ford va trenzando las secciones de "Animales nocturnos" apelando a un balanceado sentido del pragmatismo y la intensidad que hacen dudar al espectador de cuál es la más vívida, la más trágica, la más cruel. La mujer que lee en largas e insomnes noches, el hombre que se siente en la obligación de vengarse de sus agresores, los amantes que se encuentran y desencuentran. Cada una posee sus laboriosos respectivos ritmos, montaje y códigos de color, y responde a un género cinematográfico distinto -
el film noir, una trama de acción, una película romántica- pero es inevitable que en el camino vayan invadiéndose y comentándose, de una forma parecida a como la ficción roba y contrabandea elementos de la vida real, para volverse "real" ella misma y así provocar en el público la necesaria empatía, identificación y catarsis.
Insertos en ese tránsito, Susan y nosotros -el público-, vamos inadvertidamente proyectando sobre el relato retazos de nuestras experiencias y emociones. Es algo que nos sale casi natural, algo que consideramos terapéutico; pero que para el perspicaz Tom Ford tiene todo el aspecto de una asfixiante trampa.
Nocturnal animals
Dirección de Tom Ford. Con Amy Adams y Jake Gyllenhaal.
EE.UU., 2016.