A mediados del siglo 19, al configurarse el mapa de las naciones modernas, muchas ciudades europeas, que hasta entonces habían sido autónomas, pasaron a ser parte de territorios mayores, y sus fortificaciones dejaron de ser necesarias. Coincidió una expansión económica basada en el colonialismo y en la revolución industrial, con impacto en la demografía, la filosofía política, la arquitectura y el urbanismo. De todos los adelantos de la era, sin duda el ferrocarril y el tranvía tuvieron el mayor efecto en el concepto de ciudad y en el ordenamiento territorial. El ferrocarril comprimió perceptualmente el paisaje, haciendo posible el transporte y las comunicaciones a gran distancia, y el tranvía expandió la ciudad, permitiendo a la burguesía mudarse desde cascos históricos a una periferia moderna y saludable, primeras experiencias de especulación inmobiliaria sobre terrenos agrícolas.
Es así como innumerables ciudades demolieron entonces sus muros, inaugurando una nueva época de libertad y racionalidad expresada tanto espacial como simbólicamente. Entre los ejemplos más influyentes estuvo la reforma de Viena, operación inmobiliaria liderada por el propio emperador Francisco José I, consistente en la demolición de los muros y bastiones del siglo 13 y el consiguiente loteo de los nuevos terrenos para financiar la construcción de edificios públicos y palacios privados emplazados en un amplio bulevar, la Ringstrasse. Otro caso fue el "ensanche" o expansión de Barcelona, cuyos muros medievales se derribaron para permitir una gigantesca urbanización higienista y racional. El caso más impactante es la reforma de París por el barón Haussmann bajo las órdenes de Napoleón III, que si bien no operó sobre los muros de la ciudad -destruidos un siglo antes para remplazarlos por los primeros bulevares-, sí transformó la ciudad medieval al superponer sobre ella una trama de monumentales perspectivas arboladas.
Estos ejemplos dejaron profundas impresiones en los forjadores de nuestra propia patria, y muchas de estas visiones fueron propuestas o experimentadas en el diseño de nuestras ciudades. En Santiago, gracias al ferrocarril y al tranvía, también se decidió expandir la ciudad más allá de sus límites históricos, que en nuestro caso eran cursos de agua: el río Mapocho, el zanjón de la Aguada y el canal San Carlos. Y también experimentamos con sueños de grandeza, como son la Alameda de las Delicias, las avenidas Portales, La Paz, Matta y la moderna avenida Bulnes. Hoy son sueños inconclusos o maltrechos, pero ahí están todavía, para no olvidar que alguna vez estuvimos, como nación, en sintonía con el ideal sublime de una ciudad radiante para el hombre nuevo. ¡Hay que retomar ese camino!