La libertad humana no significa para un hombre tener un control sobre todos los acontecimientos de su vida, sino más bien supone decidir creativamente en medio de tantas instancias no previstas por él ni por nadie; situaciones imponderables que escapan a lo previamente concebido e, incluso, a lo inicialmente imaginado. En tal sentido, la ruta de la vida no es nunca la misma fijada por aquel que estima ser el timonel de ella. Creyendo ocupar la posición de capitán del navío de su vida, el individuo, con el paso de los años, suele descubrir con cierta resignación haber sido un marinero más de la tripulación, alguien que quizás siguió un rumbo que no planeó ni por asomo.

Ser libre, entonces (algo que vio con lucidez el filósofo Jean Guitton), no implica tanto elegir, sino, por el contrario, entraña consentir a la realidad y a los hechos que cabe enfrentar. En este escenario existencial, el albedrío de un hombre no es como esa rienda flexible de un caballo al que uno dirige hacia donde quiere, sino simplemente se asemeja al aspa de un molino estático y rígido que, al soplar, las ráfagas de su viento solo alcanzan su entorno más inmediato, no lo suficiente para remover el mundo, aunque sí para renovar el espacio que le corresponde.

RODERICUS