Si recordamos los diálogos de los personajes y la manera como los narradores desarrollaban sus observaciones y opiniones en la llamada novela realista, deberíamos concluir que nunca fue realista de verdad. Tales figuras hablaban e incluso pensaban de acuerdo con determinadas convenciones literarias, una de las cuales consistía en evitar el mal gusto expresivo. El lenguaje coprolálico y el vulgar, que me imagino han existido siempre, estaban ausentes de las páginas de la novela moderna. La función moral predominante, que desde Diderot se asignaba a este género, corrección, edificación o enseñanza, establecía ciertos límites que separaban lo que se permitía ingresar al lenguaje o lo que quedaba marginado de su espacio. Tales pundonorosos criterios no existen en muchas novelas contemporáneas. El realismo sucio estadounidense, por ejemplo, quiere describir la realidad evitando las metáforas que la oculten o la transformen (que la suavicen, en una palabra) y desprecia todos los tabúes lingüísticos heredados del buen gusto literario. Un estilo nacido del realismo sucio y acompañado por la admiración hacia Jim Thompson -considerado hoy como uno de los novelistas más recios que escribieron la novela "dura" de ese país- da como resultado la más reciente novela de Gonzalo Hernández (Santiago, 1978):
Entre lutos y desiertos, donde reaparece Gustavo Huerta Salcedo, la figura anti-heroica del detective por necesidad a quien conocimos en
Colonia de perros (2010).
En esta nueva aventura, Gustavo Huerta ya no funge como detective
freelance. Se ha instalado con su novia, Francisca, en un barrio de Copiapó, donde se gana la vida como pequeño traficante de marihuana, pero su relación sentimental está al borde del fracaso. "Ya no nos gustábamos. ¿Para qué seguíamos juntos? Quizás por la inercia de la costumbre, un motor... cada vez más inmóvil". Excepto por el cambio de domicilio, Gustavo sigue siendo un tiro al aire, un alcohólico insolente y con frecuencia irresponsable; un impulsivo, egocéntrico, individualista y apático, como lo caracteriza otro personaje del relato. Sin embargo, la desaparición de Francisca y los indicios sobre su posible secuestro provocan un inesperado cambio en la conducta de Gustavo. Atenazado por angustiosos sentimientos de culpabilidad, se lanza a una frenética pesquisa para dar con el paradero de la muchacha. Como es de esperarse en un novela que se define implícitamente como neo-policial, su búsqueda se amplía considerablemente hacia el espacio social. A medida que el protagonista encuentra personajes que aportan nuevos antecedentes al motivo que inició el relato, el secuestro de Francisca se inscribe en un insospechado laberinto de corrupción económica. La muchacha trabajaba en una ONG que pretende denunciar los irreparables daños ecológicos causados por una compañía minera que funciona amparada por tortuosas figuras públicas del país. Como en todo neo-policial, el crimen no es el resultado de una perturbación individual, sino la señal de una alteración política, económica y social que algunos personajes enjuician duramente.
Si bien la interpretación del conflicto central es común a la mayoría de los neo-policiales latinoamericanos, el manejo del lenguaje y la composición narrativa otorgan una fisonomía que destaca a
Entre lutos y desiertos de otras novelas similares. Heredero de los modelos literarios que mencioné al comienzo, su discurso no teme a las palabras soeces del habla cotidiana y el uso de frases breves, imágenes directas y mínimas adjetivaciones produce agilidad y dinamismo: "Su rictus se torció en hastío, pero accedió. El cuadrado estaba sobrepuesto; uno de sus costados afloraba por encima del suelo. Lo cogimos por los lados. Tiramos". En cuanto a lo segundo, Gustavo es el narrador de las dos primeras partes del relato, pero por razones que él mismo se encarga de explicar pormenorizadamente, asume la actitud de un testigo en el último tercio de la novela. Solo recupera su abandonado punto de vista para narrar los últimos momentos de una historia negra cuyo desenlace podrá sorprender a algunos lectores, pero que quizás otros sospechen.