Hugh Grant es un actor generalmente sobreactuado con el sello de la afectación y la cantinela del encanto inglés. En pocas ocasiones se ha desprendido del sambenito y en esta película no se lo descuelga, pero es una de sus mejores actuaciones y el actor, si tiene suerte, quizás encuentre en los próximos años el papel de su vida.
Su personaje de St. Clair Bayfield es un hijo de nobles, pero ilegítimo, y ya un hombre mayor y multipropósito en roles sucesivos de marido, agente, amante, representante y alguna cosa más de Florence Foster Jenkins (Meryl Streep).
Una actriz que deja huella y presencia en cada personaje y no siempre acierta un pleno, como ahora: una dama de la alta sociedad de Nueva York que en 1944 piensa que posee gracia, porte y voz, cuando el resto del mundo cree lo contrario.
Lo único que esconde o disimula esa percepción es el dinero que le sobra con generosidad. Y todos lo reciben.
Los del Club Verdi, una agrupación cultural que fundó y auspicia mensualmente, porque es la flor y nata de la ciudad la que asiste a sus veladas teatrales y aplaude sin pausas.
Es un compositor famoso y necesitado, como Arturo Toscanini (John Kavanagh).
Es un profesor de voz que por una buena paga no revela la verdad y solo hace clases y elogia a su alumna.
O bien es Cosmé McMoon (Simon Helberg), un joven músico cesante con la misión de acompañarla en el piano.
O son los críticos musicales y algún periodista, que St. Clair soluciona con el vuelto y el dinero molido, para que en la prensa lluevan los elogios.
Florence Foster Jenkins fue un personaje inexplicable y, de hecho, el año pasado otra película se inspiró en el personaje: "Marguerite", de Xavier Giannoli.
Una mujer adinerada y una soprano aficionada considerada como la peor cantante del mundo, pero sin embargo grabó discos, cultivó cierta fama y hasta se presentó en el Carnegie Hall de Nueva York.
La película intenta descifrar este misterio, porque las razones del dinero pueden no ser las suficientes para explicar la vida de una mujer que quería a la música sobre todo lo conocido.
El personaje de Meryl Streep rebasa de histrionismo, canto estridente y a veces insoportable, con un vestuario y maquillaje que acentúan lo patético del caso.
St. Clair administra el fenómeno y la primera razón debería ser oportunismo y sobrevivencia, pero hay algo más y eso la película no logra descifrarlo. Es lo más fino y lo que está en la contraluz. Es algo que puede ser cariño, gratitud y finalmente admiración.
Florence Foster Jenkins modificó su destino de mecenas o espectadora y no la detuvieron las enfermedades o la falta de talento, tampoco la soledad o las burlas.
El enigmático St. Clair, el pianista McCoon y quizás parte del público, entienden de lo que se trata: una terrible cantante, pero una gran mujer.
En la película hay mucho de lo primero, pero poco de lo segundo.
"Florence Foster Jenkins". Reino Unido, 2016.
Director: Stephen Frears. Con: Meryl Streep, Hugh Grant, Simon Helberg.
111 minutos. T.E.+7.