L as experiencias vividas en las últimas semanas a nivel mundial y nacional en torno al uso de tecnología y la proliferación de árbitros en la cancha para, supuestamente, reducir los errores y aumentar los niveles de justicia en el fútbol, no pueden sino calificarse como actos fallidos. No han logrado para nada reducir las polémicas o discusiones. Al contrario, las han puesto en un estatus que excede los naturales límites de la apreciación.
Es cierto. La historia del fútbol está llena de errores y desaciertos referiles. En algunos casos, incluso, ellos no solo modificaron el resultado puntual de un encuentro, sino que derechamente se inmiscuyeron en definiciones importantes que beneficiaron y castigaron a uno u otro, hasta rozar con la injusticia. Pero así y todo, siempre quedó claro que el concepto de autoridad estaba radicado en una persona: el árbitro central que, amparado por el Reglamento del Fútbol, tenía las facultades para aplicar su criterio en la toma de decisiones.
Es decir, la justicia, la aplicación de ella, estaba específicamente sindicada en una persona que debía prepararse sólidamente para tomar determinaciones lo más ajustadas al espíritu de la regla. Incluso con una exigencia anexa: teniendo para su labor una cierta sensibilidad futbolística, es decir, con alguna cercanía a la vivencia de los jugadores. Para bien o para mal, el propio reglamento alentaba tal poder.
Pero la obsesión por intentar reducir los yerros y, teóricamente, llegar a niveles de mayor perfección, ha ido no solo complejizando los niveles de toma de decisiones, sino que también ha traído consigo otros males mayores para el fútbol, específicamente, una cada vez mayor pérdida de autoridad del árbitro central (lo que, obviamente, atenta contra el propio reglamento del fútbol) y una gran lentitud en el desarrollo del juego.
Lo acontecido en el partido entre Atlético Nacional y Kashima Antlers, en el Mundial de Clubes, aparece como el paradigma de los grandes males que amenazan al fútbol por la asistencia de la tecnología.
La imagen del árbitro central siendo controlado a distancia mediante un intercomunicador, su patética postura viendo el video en el costado de la cancha, su poca consistencia para tomar una determinación y, lo peor, su argumentación postpartido, señalando que si se hubiese producido una acción cualquiera (incluso un gol) en los minutos que mediaron entre la acción que se estaba revisando y su determinación habría sido anulada, reflejaron la fragilidad y poca consistencia del concepto de autoridad y justicia en el fútbol.
Tampoco ha sido un acierto la cada vez mayor proliferación de integrantes en el cuerpo arbitral en los encuentros. De partida, el cuarto juez nunca ha tenido, al menos para quienes observan el partido, facultades claras y rotundas. Menos aún quedó definido qué diantres hicieron Eduardo Gamboa y Jorge Osorio en la final de la Copa Chile, salvo llevarse una medalla conmemorativa para la casa.
Mucho afán de parafernalia hay en estas apuestas. Demasiado "humo" en estos "avances" en pos de justicia. Atentado manifiesto en contra de la autoridad de los árbitros centrales.
Mejor que ellos aprendan a tomar decisiones. Mejor que desarrollen su criterio. Mejor que se lean el reglamento y lo reciten. Eso ayudará más en la justicia que una camarita y un par de colegas más tomándose fotos con los capitanes antes de empezar el partido.