Paul Verhoeven es un cineasta holandés que hizo en su país algunas cintas provocativas, centradas en el vínculo entre violencia y erotismo. Su éxito le sirvió de trampolín para llegar a Hollywood, a cargo de un par de películas de Schwarzenegger (la más notoria, Robocop; la más interesante, El vengador del futuro) y, más tarde, de Bajos instintos (1992), con una inolvidable Sharon Stone caminando por la frontera entre la debilidad y la perversión masculinas. Tras años de baja actividad, Verhoeven vuelve al primer plano con Ella, otra intriga desafiante, centrada en una mujer autosuficiente, dura e inescrutable.
Para este personaje se necesitaba a su intérprete, Isabelle Huppert, que viene construyéndolo por lo menos desde Violette Nozière, hace casi 40 años, y que refinó en sucesivos filmes con el difunto Claude Chabrol (La ceremonia, Un asunto de mujeres, Gracias por el chocolate). Ella podría ser, en efecto, una obra de Chabrol, descontado su cinismo, su total distancia del juicio moral.
Ella comienza con los ruidos inequívocos de una violación. Solo vemos el final, el momento en que un encapuchado se limpia y huye. Lo que la víctima, Michèle Leblanc (Huppert), hace enseguida está fuera de la norma: recoge los destrozos, encarga comida china y se mete en una tina. Y sonríe levemente.
Michèle no pide ayuda. Se basta sola. No cuesta entender por qué. En verdad, está rodeada de puros petimetres: un exmarido culposo; un amante fantoche; un vecino cautivo de un matrimonio penitencial; y un hijo sumiso. Michèle está en otra categoría. Tiene una empresa de videojuegos, es dura con sus empleados y no anda en busca de ser querida. Trabajo, sexo y amor son más o menos lo mismo.
Además, carga con un pasado repulsivo: 40 años antes, su padre asesinó a 27 personas en una orgía de sangre y fuego. Mucha gente tiene razones para odiar a toda la estirpe de ese multicriminal. Y a pesar de todo, Michèle quiere encontrar a su victimario.
Que una mujer pueda sentirse atraída por su violador parece una idea fuerte, pero es tan antigua como cualquier otra. Los aliños con que Verhoeven procura convertirla en una novedad provocativa son de distinta calidad y categoría. Primero: el misterio del violador -la dimensión de thriller- dura menos de dos tercios del metraje y está construido con meras trampas. Segundo, el misterio del personaje, esta Michèle a la que la cámara no abandona nunca, esfinge y águila a la vez, no es mucho más que una prolongación del largo trabajo de Huppert. Lo más distintivo es lo tercero, ese humor cruel, casi siempre cínico, que nace del verdadero tema de la película: el funcionamiento de una ginecocracia.
La novedad de Ella descansa enteramente en ese humor que, como las pillerías, parece exculparlo todo. Es Verhoeven, lo que ha sido y será: un pillo con sentido del humor.
Elle.
Dirección: Paul Verhoeven.
Con: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Judith Magre, Christian Berkel, Jonas Bloquet.
130 minutos.