No es el primer premio que recibe. Ni será el último. Y los más importantes ya los tiene. Pero este, el de El Gráfico Chile, que se entregaba la noche del martes, tiene el mérito de mostrar su vigencia, que cubre varias décadas en el periodismo y toda una vida cerca del fútbol.
Y en todo este largo tiempo, Igor Ochoa se ha mantenido dentro de los márgenes de un ejercicio periodístico sano, serio, sin concesiones a ningún facilismo ni a la búsqueda de halagos. Sorprendentemente distante de la fama y la fortuna, ha despertado dos reacciones que no siempre van juntas: afecto y respeto.
El público tiene derecho a saber quiénes son los que lo informan. No para ubicar a los periodistas en alguna galería de "rostros", lo que no corresponde, sino para que calibre la credibilidad de la información que recibe.
En el caso de Igor, el "Polaco", el público tiene derecho a saber que se trata de un tipo que es generoso en la medida de lo imposible. Me consta desde mediados de los 70. La historia, que la he contado en privado a muchas personas en estos cuarenta años, es increíble.
La revista Estadio estaba entonces al borde de la quiebra y teníamos hasta las máquinas de escribir identificadas para el embargo. No dábamos abasto los periodistas y, en esas circunstancias, Igor llegó a incorporarse a la redacción. Previamente... dejó su trabajo rentado en un semanario, gestionó una columna en otro (donde ganaría lo que puede ganar un columnista) y llegó a Estadio a trabajar por el honor, por el respeto a un medio al que admiraba, por pasión por el periodismo, por todas esas cosas. Y ni un solo centavo.
No me lo contaron. Lo sé porque fui el que, quién sabe en qué arrebato de locura, le ofrecí el "trato". (Nadie más loco, en todo caso, que el que lo aceptó con entusiasmo).
Eso en cuanto al dinero. ¿Y la fama? Es otra historia.
Corrían los 80 cuando le pedí que se incorporara al Canal 11, más tarde RTU y luego Chilevisión. Comentarista de peso, buen decir, buena facha (que en ese tiempo importaba), estaba "pintado" para la televisión. Y aún más en un canal que se distinguía por la cobertura deportiva bajo el ojo despierto de Alfredo Lamadrid.
No hubo caso. No quiso ir. Hablamos varias veces. Nada. Y no era por tratarse de ese canal o de tales personas. No. Era por la televisión. La connotación, la fama, lo irritaban. Lo siguen irritando. ¿Temor al éxito? Quizás. Pero el éxito es tenaz y lo persigue. Lo sigue persiguiendo.
Tal vez se deba simplemente a su ascendencia vasca y las peculiaridades de esa condición. Y de apellido Ochoa, por añadidura, que me dicen que significa "lobo", lo que calza con algunos detalles de su tendencia a la soledad y a la lectura de viejas Estadio y videos menos viejos.
Un partido de fútbol es una obra de 90 minutos. Literaria o teatral, con una treintena de protagonistas y final abierto. Su desarrollo, la aparición, incidencia y relación de sus personajes constituyen una trama en la que Igor es capaz de adentrarse con una maestría impresionante y no igualada.
Fue columnista de este diario y se le echa de menos. Ve por TV partidos de todo el mundo. No está en Twitter ni en algún chat. Algunos compañeros de universidad no entienden que un tipo excepcionalmente inteligente se haya dedicado al periodismo de deportes. No entrega su número de celular.
Sus compañeros y colegas lo llamamos Maestro con razón. Y consistente con este perfil que aquí se detalla, no fue el martes a recibir su premio...