Una mala interpretación del papel que juega la subjetividad del autor en la poesía -que es indudablemente distinto al que juega en la prosa- suele conducir a menudo a una versificación al servicio de un desfogue descontrolado de emociones y experiencias individuales que no logra traspasar un sentimentalismo banal. La Antología del amor de Claudia Schvartz , de Francisco Ide, se sitúa, de modo inteligente, en un lugar que lo pone a resguardo de ese extravío.
Ide tiende una serie de veladuras tras las cuales se atisba el complejo de emociones que en algún momento generaron el impulso hacia el poetizar, pero, precisamente aquellos enmascaramientos pudorosos establecen una atractiva filigrana de significados, referencias y sonoridades que le conceden a este poemario una densidad y, a la vez, ductilidad inusuales.
Una primera barrera, hábilmente interpuesta, es que en todo momento parece estar haciendo referencia a otra obra: Antología de la poesía erótica , de Claudia Schvartz, obra que efectivamente existe (editorial Leviatan, Buenos Aires) pero con la cual guarda un extraño parentesco, oblicuo e irónico. La selección de Claudia Schvartz, "donde el cuerpo se hace presente y osado" es un empeño que sus mismos editores tildan de "casi tan desmesurado y aleatorio como atreverse al amor", y cubre desde "El cantar de los cantares" hasta los Rolling Stones, pasando por un amplio y variopinto espectro de autores, épocas y estilos. Sobre ella, el poeta Ide sobrepone su propia antología, si es que puede llamarse así, que guarda solo algunas coincidencias con la de Schvartz. Es, más bien, el gesto libérrimo de la antologadora y, desde luego, la temática, aquello de lo cual se apropia a su manera. Al entrar en el juego de antologador, Ide puede elaborar un segundo grado de enmascaramiento, ya que, valiéndose del recurso de la cita, la apropiación y el pastiche, habla, como una suerte de ventrílocuo, a través de las voces de los poetas y poemas seleccionados. Una estrategia análoga ya había sido utilizada por el autor en poemarios anteriores ( Yakuza y Poemas para Michael Jordan , del 2014), lo cual señala ya un cierto itinerario formal común.
Los poemas de Francisco Ide se articulan hermosamente en torno a una ausencia, un vacío, un hueco físico y mental que el poeta, encarnado en las voces poéticas escogidas, intenta suplir, reparar, evocar, amortiguar. Sus poemas, marcados por el espléndido "Itaca te dio el bello viaje, sin ella no hubieras salido al camino (C. Kavafis)", son el desgranarse nostálgico, eufórico y afligido de una búsqueda en que el lugar de Itaca lo ocupa la amada ausente; ella es la patria perdida, a la cual solo se puede retornar a través del poetizar. Una búsqueda que evoca, con otras coordenadas, por cierto, el "Cántico" de Juan de la Cruz ("¿A dónde, te escondiste,/ Amado, y me dejaste con gemido?").
Los poemas de Ide corren veloces, apurados por esa búsqueda, deslizándose desde la cotidianidad donde se estuvo con ella y donde ahora no se está, hacia el terreno donde imágenes poéticas sugestivas proyectan concretamente el desespero: "El poema es un hueco en el árbol de nudos/ refugio entre las rocas donde podemos Vivir/ una ilusión del tacto idéntica al tacto/ imán contra imán de carga opuesta" o "Alumbro con el encendedor mi ficus/ y lo riego en la noche cada vez que recuerdo/ su existencia. Esa es mi única relación/ con la luz, últimamente" o "Algunos objetos proyectan sombras extrañas/ juraría que en la lámina de polvo sobre el suelo/ se dibujan nítidos tus pies descalzos" o "Jugamos a escuchar el graznido/ de estos árboles hirsutos y oscuros/ alejados de todos, en una plaza/ de la villa Chokan./ Parecíamos dos niños: sin aversión, sin sospecha".
En sus poemas logra Ide fundir en una transición sin baches, como si formaran parte de la misma dimensión de lo real, los tonos o giros del poema que toma como referencia, con los ecos de su propia experiencia y los fulgores de su imaginación poética en la que flota la percepción de la pérdida de la amada como una forma anticipada del morir. Así, en "Balada/ La belle dame sans merci (J. Keats), por ejemplo: "Oh, qué dolor es el que arrastras? Venden vino/ en todas partes y pan y mortadela. Veo lirios en tu frente/ podría broncearme en tu rostro afiebrado".
Ide integra eufónicamente elementos diversos con un impecable sentido del ritmo, suprimiendo artículos, duplicando espacios, tachando, cortando y encabalgando versos con precisión resuelta y vital.
El libro despliega otra dimensión que lo enriquece: en un paralelismo, en ningún caso lineal, viene acompañado de las pinturas de Francisco Morales, las que llevan a cabo en su plano expresivo un ejercicio de apropiación y velamiento semejante al que Ide realiza en la poesía, estableciéndose entre ambos un diálogo que abre y multiplica las lecturas recíprocas.