Claudio Bravo, el mejor portero de la historia del fútbol chileno, pasa por un momento de cuestionamientos (de la prensa esencialmente), a raíz de un par de malas decisiones que ha tomado jugando por Manchester City.
Cierto es que el jugador formado en Colo Colo ha tenido varios momentos de críticas en su carrera (bastaría acordarse las que produjo el gol que le hizo David Villa en el Mundial de Sudáfrica 2010, o las magras actuaciones que tuvo en los primeros tres partidos de la Copa América Centenario 2016), pero nunca como ahora se había centrado el debate en el aparente innecesario riesgo que corre jugando fuera del área, en función de líbero disfrazado. Hoy se comenta que Bravo abusa de un factor de juego que, en realidad, es uno más dentro de un esquema y no el único que se le pide que exhiba en su actuar como portero.
Pero Bravo, en realidad, no está actuando de manera irreflexiva, irresponsable o antinatural. Al contrario. Si hoy parece ser un arquero excesivamente atrevido, tiene que ver más con la obsesión de una propuesta futbolística que no impone simplemente la exigencia de que el portero sepa jugar con los pies, sino que derechamente sea un elemento de funcionalidad colectiva. De integración y participación.
En la visión de Josep Guardiola ya no hay solamente un intento de incluir al portero en un eslabón para un salida limpia (tal como proponía la escuela holandesa, que es el punto de partida del barcelonismo), sino que una exigencia de que el arquero aproveche su posición para constituirse en un jugador de campo más, que defienda y construya como el resto del colectivo. Y que, de hecho, sepa tomar decisiones tal como cualquier jugador de campo.
No es fácil, para ningún portero, entender y asumir con este dogma. De hecho, Guardiola desechó a Joe Hart en Manchester City justamente porque sabía que no sería fácil amoldar a un tipo formado simplemente como atajador a características tan variadas. Requería no solo un arquero seguro, que fuera capaz de liderar el bloque defensivo, sino uno como Bravo, que tuviese la suficiente personalidad para correr riesgos y asumir los eventuales fallos que deben producirse de tanto en tanto cuando se apuesta a la osadía.
El chileno, en eso, es uno de los más funcionales a las características que requiere un guardavallas al estilo del fútbol de Guardiola. Podrá decirse que Bravo debería ser más reflexivo y no actuar mirando la segunda jugada antes de realizar bien la primera (que es lo que le pasó ante Luis Suárez, en el juego frente a Barcelona por la Champions), pero lo que parece excesivo y francamente injusto es señalar que no tiene la impronta, la preparación o definitivamente la altura competitiva como para ser el portero que requiere el equipo inglés.
Claudio Bravo es acaso uno de los pocos porteros hoy en el mundo que juega al riesgo no solo por imposición técnica, sino que por convicción.
Por eso es el elegido de Guardiola.