Un buen día, Madame adquirió un vinillo en pulpería populárica. Espantoso. Apenas descorchado, se le dio sepultura en la misma botella, reimplantándole el corcho. Pero decidimos que su precio lo hacía merecedor de una segunda oportunidad. Y lo encerramos en la morgue del refrigerador. Pasadas tres semanas, "revisitamos" el cadáver, y estando aquel día con ánimo aventurado y benévolo, tomamos un sorbito. Uno, no más. ¡Oh! Aquello había adquirido un gusto especiado nada despreciable, que el frío del líquido no permitía -mejor así- identificar.
Hay bebedizos especiados famosos en la historia. Como el hippocras, que hacía temblar de emoción la papada de obispos y cancilleres medievales: vino aromatizado con especias, servido al final de la comida, acompañado de obleas. No había banquete donde faltara. Los peladores dejaron debida información de los cicateros que lo omitían: Mathieu d'Escouchy registra que, en la "Fête de la Licornet" de 18 de Marzo de 1454, en Cambray, no se sirvió hippocras. Y para realzar su importancia, se ideó un ceremonial para escanciarlo, descrito por Olivier de la Marche, sumiller del duque de Borgoña: los caballeros se levantaban, los pajes retiraban las mesas y los escuderos, encargados de evitar el envenenamiento de sus amos, ya abrevados estos alzaban sus pendones: el invitado había sobrevivido a la hospitalidad del anfitrión.
También fue famoso el "vino a la francesa". En su encantador destierro de Avignon, los Papas encontraban muy medicinal este vinito, que les ayudaba a sobrellevar el peso de la triple corona. Uno de ellos, cuya mula favorita tenía un trote suave y cadencioso, premiaba a la meritoria bestia enviándole un bol de vino a la francesa todas las tardes. Alphonse Daudet narra la crueldad del paje encargado de llevar a establos el argénteo bol: comedido, probaba la temperatura para que la mula no se quemara los morros, y también el dulzor, el aroma, y la consistencia. Como un solo sorbo no bastaba para tantas importantes operaciones, no llegaba a la mula más que el conchito. El "stress" hídrico que esto le causaba le alteró el trote, para desconcierto del Papa. Harta ya de tanto sufrir pero paciente como mula, esperó una solemne liturgia aviñonesca, cuando el paje, rubiecito y emplumado, llevaba tras el Papa algún hisopo o incensario. Tomó distancia la mula y dio al paje una patada tan tremenda que lo único que quedó del temerario fue una pluma de sombrero girando en el diáfano aire provenzal. Ay, las venganzas eclesiásticas.
Vino a la francesa
Vierta en una olla 1 botella de tinto, agregue la cáscara de 1 naranja, 1 palo de canela de 3 cm, 3 clavos de olor, raspadura de nuez moscada, 1 cdta de extracto de vainilla, 2 semillas de cardamomo y azúcar al paladar. Hierva esto. Retire del fuego y enfríe con todas las especias. Sirva, colado, cuando esté tibio. Si queda flojo, agréguele 1 vasito de coñac.