Policía, la última novela de Jo Nesbo en ser traducida al español, presenta similitudes con sus títulos previos, aunque es distinta en cuanto a la ambición estructural del relato. Es parecida a sus otras ficciones por el uso de los procedimientos simultáneos, por la acción incesante, por la visión escéptica, a ratos nihilista, en torno a las posibilidades de hacer justicia, en fin, por la irrupción de nuevos mediadores delictivos, desconocidos en la narrativa negra tradicional. Y es diferente por una serie de razones, que pueden resumirse en la omnipresencia de la tecnología digital, la vastedad de escenarios que abarca, la imaginación inagotable para dar bruscos cambios de giro y, sobre todo, el hecho de que Harry Hole, el héroe de todas las obras de Nesbo, recién aparece más allá de la mitad del libro, cuando creíamos que se le daba por muerto.
A primera vista, Policía aborda un tema en el que Nesbo es experto: el asesino en serie. En este caso, se trata de un convicto por múltiples homicidios y violaciones, quien ha huido de la cárcel, liquidando a un compinche, para hacerse pasar por él y cambiar de físico hasta lo irreconocible, de modo que puede pasearse por las calles de Oslo impunemente y extender sus redes hasta Tailandia y otros remotos países. Sin embargo, esto lo sabemos cuando Valentín ya ha despedazado, de manera horrenda, a tres agentes y entonces no cabe duda de que proseguirá su carnicería, sin que se nos ahorre detalle alguno acerca del modus operandi ; su especialidad es, pues, descuartizar a uniformados, siempre que se trate de aquellos que han dejado investigaciones sin resolver. Y desde el comienzo, estamos al tanto de una impenetrable madeja de corrupción, presidida por Mikael Bellman, jefe superior de las fuerzas del orden, Isabelle Skoyen, concejala municipal regaloneada por los medios, y Truls Berntsen, un matón sin escrúpulos suspendido de las labores de seguridad por haber ingresado en su cuenta corriente dinero proveniente de la mafia rusa, con conocimiento y consentimiento de Bellman. Por cierto, nadie de este trío tiene interés en que se resuelvan ni los crímenes mencionados ni tampoco nada que se relacione con el comercio de heroína, de anfetaminas, de redes de prostitución, de tráfico de menores u otras actividades por el estilo. En otras palabras, el poder, las influencias y parte de la clase política gobernante -Nesbo mete en el mismo saco a socialdemócratas, liberales, conservadores- se hallan, directa o indirectamente, comprometidos en esta ilimitada red de descomposición y graves atentados.
De todos modos, aún queda gente decente, vale decir, el equipo que formó Harry. Gunnar Hagen elige saltarse las reglas y formar un grupo paralelo e ignorado por Bellman, cada uno bastante sui generis y disfuncional: Katrina, ex paciente psiquiátrica y un genio computacional; Beate, de memoria e inteligencia portentosas, aunque bastante depresiva; Bjorn, quien se peina y viste como rastafari, y el brillante psicólogo Aune. Las idas y venidas de este cuarteto, salpicadas de chispeantes diálogos, aventuras menores y mayores, frustraciones amorosas y de las demás, ayudan a aliviar la tensión que crece a medida que nos internamos en la compleja y por momentos laberíntica e incomprensible trama. Como gran narrador, dueño de una inventiva notable y de una prosa plena de recursos, Nesbo inserta pasajes que nada tienen que ver con la indagación que, dicho sea de paso, carece de un eje central, puesto que las historias son múltiples y en ocasiones discurren por sendas equívocas, que hacen que nos preguntemos, una y otra vez, dónde va a parar todo.
Cae por su propio peso que Hagen y los suyos terminan en un callejón sin salida, por lo que la llegada de Harry es inevitable. Al principio, se niega en forma rotunda a participar: vive felizmente con la abogada Rakel y Oleg, el hijo de ella, de quien Harry se siente padre y quien está internado en una clínica de desintoxicación para drogadictos en Ginebra. Pero las circunstancias lo obligan a hacerse cargo del caso, con lo que vuelve a poner en peligro a su familia y él mismo se transforma en el blanco de una conspiración de sujetos sin Dios ni ley. Policía evoluciona hasta convertirse en una narración que va lejos de lo meramente policíaco, cuestionando la viabilidad misma del Estado protector, de la sociedad de bienestar y de las instituciones que ha implantado, inclusive los valores que son producto de ellas. Así, Nesbo vuelve a superar el género literario que ha escogido y nos entrega un texto inclasificable.