Nadie ha ganado esta semana tortuosa. Los que piensan que la oposición está feliz con los desastres y palos de ciego del Gobierno, se equivocan. Todos queremos un país del que nos sintamos orgullosos, donde gobiernen los mejores y los más capaces. ¿Alguien podría decir -honestamente- que ello ocurre hoy en Chile?
La Presidenta Bachelet sabe muy bien que tiene mi respeto y consideración como ser humano. Muchas veces he hablado con ella sobre temas de Estado en un ambiente constructivo y elevado. Hoy, sin embargo, me preocupa verla afectada por la soledad del mando, desconectada de la realidad y sumida en problemas tan complejos que requieren soluciones sofisticadas, para lo cual no parece tener a nadie con las competencias necesarias para abordarlos. Así, el Gobierno va de tumbo en tumbo.
Esta semana ha quedado en evidencia que para resolver la crisis no basta con ingresar a internet con el RUT. Ha quedado desnudada la más completa incompetencia, que ya nadie discute y que más bien todos, aún los más leales defensores oficialistas, reconocen en privado.
El ajuste de gabinete de ayer fue un cambio menor, que no está a la altura de la profundidad de la crisis. Es un cambio que parece haber sido realizado por asesores comunicacionales que preparan la cuña de la Presidenta el domingo, cuando vaya a votar. Se ha querido con este pequeño cambio que la Presidenta pueda decir que ya hizo pagar la responsabilidad política. Y ello, todos lo sabemos, no es así.
El problema del Gobierno es mucho más profundo que destituir a Javiera Blanco. Si esto queda así, el hilo se habrá cortado por lo más delgado y se habrán echado debajo de la alfombra las verdaderas causas y los responsables políticos. La renuncia del ministro Pacheco es otro síntoma de la orfandad. Se va un buen técnico para ayudar en el reemplazo de la Presidenta, ayudando a anticipar su irrelevancia. En síntesis, lo que queda es preocupación profunda y genuina por nuestro Chile, teniendo presente que aún quedan 16 meses de gobierno.
Hernán Larraín