Como adulto, voté por primera vez en octubre del 71, para las elecciones de FEUC y después, a nivel nacional, en marzo de 1973, en las decisivas y fraudulentas parlamentarias de ese año. Tenía 18 y 19 años, respectivamente. Desde entonces, no he dejado de hacerlo.
¿Cuántas veces? A nivel universitario, unas 15 a 20 como alumno de Derecho y de Licenciatura en Historia, a las que se suman unas 40 como profesor (consejos de facultad, decanos, representantes ante el consejo superior, electores de rectores); y a nivel nacional, unas 20, entre plebiscitos, municipales, parlamentarias, primarias y presidenciales.
No está nada de mal: unos 80 votos en 45 años. Buen ejercicio del sufragio en la democracia nacional y en la jerárquica universidad. Pero, al contrario, mis alumnos -justamente los que hoy podrían recorrer ese mismo camino y sumar preferencias- simplemente no quieren votar.
Después de 41 años de docencia con estudiantes universitarios de pre y post grado, con cursos a cargo en 6 universidades distintas, y habiendo trabajado en otras 16 con grupos de alumnos en ciclos de formación, algo entiendo de esa fauna.
¿Por qué no votan?
Porque hay una serie de problemas que los afectan en el fondo de sus conciencias y se trasladan a su día a día.
Creen que "el sistema los dirige". El mejor mensaje posible es: "Si fuera así, entonces, cámbialo, mejóralo; une tus proyectos a otros en los que encuentres auténtica calidad. ¿No serás tú el único que se da cuenta, ni el único sabio, no?".
Perciben que el individualismo a veces los deja solos. La opción eficaz es convencerlos de que deben buscar a otros que están quizás tan solos como ellos. Y animarlos a sumarse entre todos para salir adelante. Del individualismo a la sociabilidad.
Sienten que la apatía los controla. Hay que convencerlos de que la manera de derrotarla es pensando en los demás, en los problemas y necesidades de los otros. Y así, activarlos. Los candidatos que les prometan no dejarlos tranquilos, molestarlos sin pausa, para sacarlos así de su apatía, podrían recibir algo de atención. Necesitan tábanos.
Confiesan que el ritmo los agota. ¿No ha llegado el momento de decirles que sería bueno votar por quienes les propongan otra dinámica, un freno, una pausa en todo lo que hacen? No ecologismo ni esoterismo, pero sí respiración, contemplación y pensamiento... para la acción.
Están hasta la coronilla con el consumo, porque reconocen que los estruja. No les corresponde a los candidatos enseñarles a recortar sus gastos, pero sí que les propongan ser solidarios. Que puedan votar por personas que les digan con sus vidas que se debe pensar a fondo en los que apenas tienen; que puedan votar por sujetos que ofrecen generosamente su tiempo y su trabajo.
Saben que malviven en unas redes (anti) sociales que los aíslan. Quizás si los candidatos les hablan cara a cara, si les hacen ver que deben aprovechar sus vidas para conocer personas de carne y hueso, para entrar en esos mundos únicos que son cada uno de los seres humanos, se habrá conseguido que desarrollen su humanidad, hoy tan apocada.
Finalmente, reconocen que envejecen rápido, que como consecuencia de todo lo anterior, se les pasa volando la juventud. Qué bueno sería que muchos candidatos les recordaran que la universidad apenas dura 5 a 6 años, y la juventud, quizás 10 o 12; que es ahora o nunca; que no es lógico que dividan su vida entre el escepticismo (hoy, entre los 18 y los 30) y la ancianidad (todo lo que les queda), porque una mirada escéptica no es más que una vejez anticipada.
Y como en Chile apenas nacen niños y a otros los quieren matar antes de nacer, es como mucho que, más encima, los jóvenes solo busquen envejecer.