En época de elecciones, reflexionamos sobre los desafíos del buen alcalde. Es aquel que está dispuesto a representar a una comunidad y resolver sus problemas más urgentes; es también quien hace votos para defender la integridad, la identidad y el orgullo de un lugar. El buen alcalde debe desdoblarse para equilibrar permanentemente las responsabilidades de un mayordomo o gerente urbano con las de un estadista. El mayordomo se encarga de los requerimientos cotidianos propios del territorio y sus habitantes: orden, aseo, provisiones, mantención de lo que pertenezca al espacio y al uso público, el funcionamiento de reparticiones y servicios, la paz y la armonía; todo aquello que hoy llamamos "gestión". Pero el estadista es el que sueña: vela por el bienestar a largo plazo, propone visiones de identidad y de progreso que se materializan lentamente gracias al tesón y a la capacidad política de idear, explicar, convencer y sumar voluntades. La mayoría de los alcaldes logra una razonable capacidad de gestión; son menos los que transmiten visiones de largo aliento, coherentes y entusiasmantes; y son muy pocos los capaces de satisfacer ambas expectativas.
Las comunas más antiguas y pobladas nos enseñan lecciones sobre administración local. En el caso de Santiago, comuna que coincide con la ciudad fundacional hasta entrado el siglo 20, sigue siendo el centro político y administrativo del país, concentrando la mayor riqueza histórica y arquitectónica. Hay gran diversidad social y cultural, tanto entre sus habitantes como entre el millón de personas que la atraviesa a diario para visitar o trabajar. Las decisiones que se toman para mejorar sus condiciones de vida sirven de ejemplo a las demás comunas de la ciudad y de otras regiones.
La valorización del patrimonio construido da interesantes frutos: la comunidad, consciente del valor de las maravillas arquitectónicas que sobreviven, se organiza para proteger barrios y edificios. Un buen ejemplo del efecto virtuoso de la valorización del patrimonio es el rescate del Portal Bulnes, en la Plaza de Armas. Esta operación audaz, resistida por los inquilinos, logró renovar la atmósfera del lugar y proyectar nuevos y mejores usos comerciales, acordes con el paisaje histórico del centro y su enorme atractivo turístico; paisaje al que se suman ya todos los costados de la plaza, excepto el decrépito y maloliente Portal Fernández Concha, cuyos propietarios no parecen demostrar el menor interés por la belleza y la dignidad de su propia ciudad.
Por último, ha sido fundamental la intervención en ordenanzas y plan regulador para transformar lo que hasta ahora ha sido un desarrollo inmobiliario depredador en una genuina oportunidad de progreso urbano.