Gracias a la iniciativa de CorpArtes, el público santiaguino pudo disfrutar de la labor de una magnífica orquesta sinfónica alemana, experiencia de la mayor significación para cualquier melómano. El sábado en el CA 660 se presentó la Orquesta Filarmónica de Hamburgo, bajo la dirección del renombrado Kent Nagano, con un programa que incluyó el "Don Quijote" de Richard Strauss y la Primera Sinfonía de Brahms.
Escuchar a un conjunto vinculado a tan sólidas tradiciones es un placer desde la primera nota. Antes de saber cómo continuará el discurso, el auditor ya se ve capturado por la gloria del sonido: brillo, calidez, empaste, calidad superlativa de todas las familias orquestales. Agréguese a ello la flexibilidad del fraseo y el dominio de las infinitas sutilezas del "decir" musical, y tenemos el espléndido resultado que se escuchó.
Para lucir estas características, la obra de Strauss resultó muy apropiada. Este poema sinfónico, subtitulado como "Variaciones fantásticas sobre un tema de carácter caballeresco", más que variaciones utiliza las transformaciones temáticas a partir de un tema que personifica la entrañable figura del Quijote. Strauss se vanagloriaba de ser capaz de describir musicalmente lo que le pidieran y lo demuestra pintando con sonidos a los molinos de viento, los "ejércitos" de ovejas, el vuelo fantástico del caballero (máquina de viento incluida), las discusiones teológicas de dos "magos" benedictinos (diálogo de fagotes) o las virtudes de la sin par Dulcinea. Pero todo esto, incluidos los grotescos toques de humor, se despliega en el marco del trastorno mental del protagonista, lo que explica la densidad y complejidad del discurso, la sobrecarga de información y la exuberancia inaudita de la orquestación.
La representación del Quijote, Sancho y Dulcinea está confiada principalmente a tres solistas, violoncello, viola y violín, que deben insertarse en la trama de la historia con propiedad musical y dramática. Para ello se contó con tres solistas excepcionales: el chelista Gautier Capuçon, la violista Naomi Seiler, y el concertino Konradin Seitzer. Ellos y la orquesta prodigaron una versión memorable para una obra muy difícil de ejecutar y también de oír.
El programa se completó con una sólida versión de la Primera Sinfonía de Brahms, a la que faltó algo de diferenciación en sus planos dinámicos pero que culminó en un final apoteósico que obligó a la orquesta a dos encores : el entreacto nº 3 de "Rosamunde", de Schubert, y la sección final del "Concert românesc", de Ligeti. Nagano derrochó ternura y elegancia en la primera pieza y manejó la segunda con pulso electrizante, corroborando las virtudes que le han dado fama.