En ese afán permanente por experimentar en la administración de su club, Carlos Heller apeló a "la gente de la casa" para imponer condiciones que difícilmente alguien podría haber aceptado si no fuera por "el amor a la camiseta". Los plazos, los montos y las condiciones que se le impusieron al nuevo cuerpo técnico solo pueden comprenderse desde el afán directivo para alejarse de los enojosos compromisos económicos y contractuales que se establecieron con Sebastián Beccacece. Jamás pude entender el rol de Luis Bonini en la segunda etapa, y seguiré sin entenderlo, supongo, porque difícilmente habrá explicaciones para tanto descalabro.
Nadie se esforzó por aclarar el sentido de la nueva "dupla", por lo que habrá que suponer, de nuevo, que es una suma de confianzas, porque individualmente no alcanzaba. Otra vez el poder del dinero deja huérfana la banca de un equipo profesional (La Serena) sin que eso importe demasiado (porque se compensó monetariamente) y a favor de los propósitos de Azul Azul de rentabilizar la inversión juega la increíble irregularidad del torneo, que permite a Víctor Castañeda y a Luis Musrri mirar la posibilidad del título como algo real.
Al menos el discurso de los recién llegados es más coherente con la realidad. El "sometimiento conmovedor" de sus antecesores es un buen ejemplo de lo que hay que resistir por estos días cuando un entrenador intenta imponer una idea que no se vislumbra sobre la cancha. En ausencia de un ejemplo empírico de juego, se apela a la verborragia para envolver un concepto.
El problema de Pablo Guede -penúltimo en la tabla de posiciones- es que actúa en broma, pero pretende que lo tomemos en serio. Se enoja cuando le preguntan por los "experimentos", por las cábalas y por sus caricaturescas declaraciones, pero no se arruga para taimarse en los entrenamientos, para plantar ruda detrás de los arcos y para empecinarse en una búsqueda interminable que la realidad del fútbol chileno, honestamente, no amerita. No hay que ser muy revolucionario para ganar dos partidos seguidos en nuestro torneo.
A diferencia de la Universidad de Chile, que disfraza la impunidad de sus manifiestos errores, en Colo Colo gozan con el esperpento de la actual gestión, porque nadie parece alertar sobre lo ridículo que es bañar un camarín con vinagre o convocar a un masivo festejo nocturno de aniversario de su barra brava, en la antesala de un clásico, ¡con el respaldo de la directiva! Hay un desvarío permanente donde Pablo Guede debe sentirse, claro, permanentemente apoyado. Porque pocas veces se vio una mancomunión tan profunda entre Blanco y Negro con la Garra Blanca, pese a la inaudita posición en la tabla.
En ese contexto nada parece tan grave. Ni siquiera que los dos equipos que más dinero gastan comprometan su clasificación a la Copa Libertadores. Total, ahí la cosa siempre es en serio. La ruda.