Es posible que La noche de los alfileres sea, hasta la fecha, la mejor novela de Santiago Roncagliolo. En esta extensa, absorbente historia, que se lee con el mismo suspenso con el que se aborda un thriller , nada sobra, nada falta y a ratos quisiéramos que el libro no terminara nunca. Desde luego, hay cabos sueltos y momentos de confusión, pero en conjunto se trata de detalles menores que se olvidan frente a la opulencia estructural del relato.
Roncagliolo ha escogido un escenario y un tema que conoce muy bien y eso, en buena medida, explicaría que La noche... resulte un libro de calidad superior. Estamos en la Lima de 1992, sitiada por el terrorismo de Sendero Luminoso, si bien ese es el telón de fondo de hechos menores, aunque igualmente terribles, que se desarrollan como una marea destructiva que hace presa de todos los protagonistas. Ellos son los quinceañeros Manu, Moco, Beto y Carlos, estudiantes de secundaria en un colegio jesuita que creen formar un equipo imbatible, capaz de incurrir en cualquier tipo de faltas, hasta de delitos y que en el fondo son chicos vulnerables que se jactan de poder hacer lo que quieren y que se ven arrastrados al crimen más por torpeza que por maldad, más por causa de chambonadas, que por decisiones conscientes que los conducen a una situación sin retorno.
La noche... está compuesta de cinco partes, divididas en cortos capítulos que llevan los nombres de cada uno de estos chiquillos, quienes cuentan, en primera persona, ya adultos, las experiencias que vivieron hace un cuarto de siglo. Manu es el jefe de la pandilla por su fuerte personalidad, su gran atractivo físico y sus irresistibles antecedentes: ha sido expulsado varias veces por mala conducta, es decir, por desafiar a las autoridades, lo que lo convierte en el líder natural del grupo. Moco es, por decirlo de una manera clara, bastante psicópata, ocupa todo su tiempo libre en traficar pornografía, vive obsesionado por el sexo, por supuesto que sin practicarlo, y pasa a ser el rival de Manu. Beto es homosexual, está perdidamente enamorado de Manu y, por lo tanto, dispuesto a seguirlo en lo que sea y es el único intelectual de la patota, porque lee como poseso. Carlos habla en un lenguaje más o menos jurídico, pues al recordar lo que les pasó a todos hace tanto tiempo, ejerce como abogado; además, anduvo detrás de Pamela, uno de los dos personajes femeninos importantes de la trama, quien proporcionará la gran sorpresa de la narración.
La mala de la película es la señorita Pringlin, una profesora obsesiva, despiadada, en apariencia de ideas ultramontanas, que se dedica sistemáticamente a hacerle la vida imposible al cuarteto. Además de castigarlos una y otra vez, al provenir de una institución de enseñanza religiosa, se siente con derecho a meterse en la privacidad de los hogares de cada uno de los héroes. En verdad, es bien poco lo que se puede hacer en este territorio: uno vive con su padre alcohólico y cesante crónico, otro solo con su madre que se desloma trabajando mientras él sueña con las presuntas grandezas militares del progenitor, y los dos restantes pertenecen a familias de clase media, muy disfuncionales y poco interesadas en las correrías de sus niños. Con excepción de Beto, todos son hijos únicos y si leemos entre líneas, La noche... podría bien ser un manifiesto de los peligros que tal condición lleva consigo.
Cuando la persecución de la que todos son objeto por parte de la señorita Pringlin llega a niveles intolerables -o que a los cuatro muchachos les parece así- deciden tomar una venganza que hará arrepentirse a la maestra. En adelante, comienza la verdadera tragedia de La noche... porque lo que era una vaga idea de causar daño en la propiedad ajena, culmina en una serie de chapucerías y en un atroz desenlace. Mientras tanto, Perú arde por los cuatro costados, los atentados aumentan en salvajismo y crueldad, salir a la calle se transforma en algo peligrosísimo, ya que a cualquiera le puede caer una bomba encima.
La noche... pasa entonces a ser, por una parte, el retrato de una sociedad asediada y, por la otra, la introspección violenta, amoral, desquiciada de unos adolescentes sin rumbo, anestesiados por el cine, la televisión, la publicidad, cuyo idioma, en cada caso distinto, evoca la enajenación sin límites a la que los ha llevado una sociedad a la deriva y una educación vacía. Roncagliolo no toma partido ni dicta cátedra, algo muy difícil de conseguir en una ficción como La noche... que se sostiene únicamente en la capacidad del escritor para concebir un texto de primera clase.
Roncagliolo ha escogido un escenario y un tema que conoce muy bien y eso, en buena medida, explicaría que "La noche de los alfileres" resulte un libro de calidad superior.