Me invitan al sur con una condición inesperada: vamos en tren. ¿Será posible? ¿Qué quedará de nuestro gran ferrocarril, orgullo de la República, máxima expresión de la modernidad y el poderío del Estado, que hacia el Centenario conectaba Iquique con Puerto Montt, Valparaíso con Santiago y a todo Chile, de mar a cordillera, con la metrópolis y el mundo? Tuve la suerte de alcanzar a conocer ese país: viajar desde Santiago hasta el sur profundo, toda la noche, mecido por el traqueteo y animado por el pasar de latitudes de nuestro paisaje lineal. Íbamos en el célebre expreso "japonés" o en los inolvidables vagones alemanes de los años 30, desvencijados, pero siempre elegantes con sus marqueterías y terciopelos; dejábamos correr las horas en el coche-comedor, servidos por camareros de ojos vidriosos. Parábamos en varias ciudades y por un instante el barullo de la estación ingresaba en los vagones con vendedores de alimentos, bebidas, periódicos y souvenirs. De todo esto no hace mucho. Se lo cuento a los jóvenes para hacerlos soñar y preguntar. Les digo que el ferrocarril chileno no fue solo abandonado por el Estado a favor de otros medios de transporte, sino que fue deliberadamente desmantelado, destruido, vendidas sus propiedades al primer postor, de manera que hoy es imposible recuperarlo. Somos, al menos en este aspecto, un país más pobre que hace 30 años.
La construcción del ferrocarril es quizás la empresa más ambiciosa que el Estado chileno jamás haya emprendido. Para trazar sus rutas, diseñar y ejecutar las innumerables obras de ingeniería requeridas, incluidos túneles y puentes, el gobierno de Balmaceda contrató un pequeño ejército de profesionales europeos. Entre ellos, el joven belga Gustave Verniory, quien escribió un fascinante diario de vida titulado "10 años en Araucanía", que recomiendo leer y difundir. Muchos de los puentes construidos entonces están en uso y constituyen en su conjunto un tesoro de ingeniería del siglo 19. Algunos son espectaculares, como el del Malleco (que por cierto no es diseño de Eiffel, como tampoco son de él ningún puente, estación o estructura en Chile, salvo la iglesia de Arica, y de cuando la ciudad era peruana). Pero estos magníficos puentes se están cayendo por falta de cuidado, y a nadie parece importarle. Hace unos años perdimos el puente sobre el río Maule, Monumento Nacional que terminó en una ruma de chatarra oxidada. Hace unas semanas se desplomó el tal vez más bello de los puentes de Verniory, sobre el río Toltén, levantado en 1898. La prensa, que es un reflejo de nuestra sociedad y cultura, se refirió profusamente a la posible contaminación de las aguas del río, pero jamás se refirió al valor intrínseco del puente destruido. Es como si nuestra memoria histórica también hubiese sido desmantelada.