El ocio suele tener muy mala prensa en los sistemas familiares y escolares. Es frecuente escuchar frases como "no estés ocioso", "hasta cuándo sueña despierto". En un mundo tan competitivo y lleno de actividades no hay permiso para estar sin hacer nada.
Sucede que niños y padres suelen tener una vida frenética, en donde pasan de una actividad a otra sin descanso, sin cuestionarse siquiera el sentido de lo que están haciendo. El estrés que se deriva de esta sobreactividad atenta contra el desarrollo emocional y disminuye el potencial creativo.
Esta columna surgió de la lectura del libro "El arte y la ciencia de no hacer nada", de Andrew J. Smart, un investigador americano que desarrolló su tesis en el uso del ruido como estrategia para mejorar la atención y la memoria en los niños con déficit atencional.
La hipótesis central es que cuando no hacemos nada, algunas de las áreas del cerebro funcionan a todo vapor, y desde allí se activan las redes neuronales que favorecen "el autoconocimiento, los recuerdos autobiográficos, los procesos sociales y emocionales, y también la creatividad". El autor plantea una propuesta para favorecer la reflexión que se produce en los espacios libres de presiones, desde la evidencia acerca de cómo funciona el cerebro, proporcionada por recientes investigaciones.
Smart define el ocio como los espacios en que una persona no está sometida a un horario impuesto y tiene la posibilidad de no hacer nada, con la libertad de vagar hacia donde lo lleven sus pensamientos, aprovechando la ausencia de ocupaciones.
El libro se inicia con una cita del escritor checo Rainer María Rilke: "Con frecuencia me pregunto si esos días en que nos vemos obligados a permanecer ociosos no son, justamente, los días en los que nos involucramos en la actividad más profunda; si nuestras acciones, aún a pesar de suceder en algún momento posterior, no son sino las últimas reverberaciones de un vasto movimiento que se produce en nuestro interior en los días de ocio".
No hay que tenerle miedo al ocio, sino saber aprovecharlo. Dejar que los pensamientos fluyan, ya que ellos pueden dar salida a procesos creativos. El ocio es necesario para reparar el inmenso gasto que significa el trabajo diario, el estar sometido a miles de estímulos en forma simultánea. Si queremos trascender, demos un espacio al ocio.