Hay seguidores de Universidad Católica que la semana pasada querían echar a patadas a Mario Salas y una derrota en el clásico, por dolorosa que fuera, era la ocasión de hacerlo.
Como no fue así y ganaron por 3 a 0, tendrán que aguantarlo. No queda otra.
Los de Universidad de Chile viven de la paciencia y la espera.
El caso es que los hinchas de ambos equipos no lo tienen claro, solo ven semana a semana, no distinguen futuro y le temen al porvenir.
Sebastián Beccacece, en cambio, lo tiene claro. Menos mal.
En la primera parte y según su análisis, perdieron por franca mala suerte y por lo fortuito del fútbol, tan caprichoso: palos, rebotes y botes raros.
Y en la segunda mitad, si es por cantidad de situaciones, es evidente que ganaron.
Según su contabilidad, tuvieron más de una decena de ocasiones y Universidad Católica muchísimas menos.
Claro que tiene razón, pero con un alcance: ya iban perdiendo por 3 a 0.
Lo evidente es que el equipo se asoma, se esfuma y no se puede confiar en la vieja letra.
Beccacece estuvo tenso, pero humilde en la conferencia de prensa.
Lamentó la lesión de Gonzalo Jara, tan repentina y empezando el partido, aunque esas son cosas del fútbol. Lo que no es del fútbol y debería ser del entrenador -de su enseñanza y consejos- es controlar la mala educación del defensa. Antes fue el dedo uruguayo y ahora un escupitajo que empapó a Diego Buonanotte. Y a los seis minutos de juego, cuando aún no había ocurrido nada.
El técnico durante el partido se desquitó con lo que tenía a mano, que no era el preparador Luis Bonini ni los periodistas, sino un refrigerador portátil de buen porte y buena base, al que le dio una patada descomunal y el aparato se fue al suelo.
El entrenador al borde del ataque de nervios, demostró ira y descontrol porque la situación sigue compleja.
Beccacece pensaba, y son sus palabras, que habían salido precisamente de un momento complejo, solo porque ganaron dos partidos seguidos -ante San Luis y Universidad de Concepción-, pero nada es así y en esto no hay soluciones simples.
Después de esas dos victorias huachas y en la conferencia de prensa pospartido, el argentino se fue contra la prensa, porque sintió un pie de apoyo mínimo, pero indispensable para la arremetida, e inmediatamente sacó la voz y la levantó.
Si hubiese terminado como ganador en el clásico, que a nadie le quepa duda, el entrenador se habría ido de prédica y repasado a sus críticos, para terminar perdonando vidas y regalando bendiciones.
Ahora tuvo que tragarse el rosario y eso, por cierto, irrita el colon, crea cálculos renales, perjudica la digestión y enferma por dentro.
Es que hay una cosa indudable y clara: la letra no aparece.