Tener derechos es maravilloso, pero desde el momento que sabemos que los tenemos, su violación es indignante. Tal vez no lo tomamos en serio cuando se trata de cosas menores. Uno deja pasar muchas cosas de estas "menores" hasta que de repente siente que se saturó y que es el momento de comunicar su molestia y la falta de respeto por su derecho. Un ejemplo al azar:
Muchas empresas han descubierto (no ellas, hay ramas de la ciencia que se dedican a estos temas) que la amabilidad, la afabilidad son importantes para tranquilizar a sus clientes y devolverles la confianza. Por muchos años, el personal que atendía público, en particular en las secciones de reclamos, era altamente capacitado. Hoy, el teléfono y las grabaciones las han reemplazado.
Los relatos de expresión de molestia de algunos parecen chistes de cómics. Agarrar el teléfono a patadas, gritarle a la señorita que se calle cuando por sexta vez dice con máxima amabilidad "su opinión es muy importante para nosotros, por favor espere en línea que será atendido a la brevedad por una de nuestras ejecutivas".
La repetición y el anonimato hacen que el cliente sienta lo contrario de lo que los ejecutivos planearon. Se agrega a la rabia inicial que los hizo llamar para hacer el reclamo, la sensación de anonimato, de pérdida de tiempo y sobre todo de sentir que es mentira todo lo que dice esa "vocecita seductora y bien educada", como afirmaba un sociólogo amigo.
Para no causar tanta rabia, hay algunas empresas que incluyen en la grabación "nuestros ejecutivos están ocupados en este momento... espere en línea". Al menos hay un reconocimiento de demora.
Pero si nos sentimos estafados, comuniquémoslo. Es un acto de tomarse en serio, de no quedar cargado de rabias inútiles cuando hay tantas inevitables que enfrentar igual. Es la pequeña molestia, el abuso de cada día el que tenemos que comunicar. Antes de que se transforme en rabia. Por eso, aprendamos a comunicar la disconformidad, antes de indignarnos.