En una columna anterior, analizábamos este concepto como un estado mental en que la comodidad nos hace mantenernos exclusivamente en aquello que es familiar y nos da seguridad. Se busca evitar los riesgos de incursionar en nuevos ámbitos, porque permaneciendo estático no se necesita aprender nada nuevo, lo que es cómodo, pero conlleva el riesgo de no crecer. Si esto se asume como una actitud en la infancia, puede significar que el niño no desarrolle su potencial y carezca de nuevas experiencias que pueden ser muy enriquecedoras.
Sentir que se van superando etapas y teniendo nuevos aprendizajes, produce una importante sensación de bienestar, mejorando la autoestima por la experiencia de aumentar las competencias y sentirse autoeficaz.
Enfrentar cualquier desafío en la vida va a significar un gran esfuerzo y trabajo. La pregunta es si vale la pena enfrentar desafíos que nos saquen de nuestra zona de confort. La experiencia señala, desde el punto de vista de la neurociencia, que las exigencias derivadas de los desafíos producen un desarrollo neuronal importante, mejorando la capacidad cognitiva y emocional. Si uno se mantiene en la zona de confort y no asume riesgos, lo más probable es que nuestra capacidad de aprender quede restringida a lo que sucede monótonamente en la vida diaria. Por otra parte, si nos arriesgamos a salir de nuestra zona de confort para enfrentar nuevos desafíos, se aprenden muchísimas cosas que uno ni siquiera imaginaba.
Por ejemplo, si se presenta la oportunidad de ir a vivir a otro país, la persona se enfrenta a un mundo nuevo y desconocido, en el cual cambian todos los parámetros, más aún si tiene un lenguaje diferente. Además de aprender otro idioma, es necesario entender los diferentes códigos del país, la estructura urbana. El sistema de movilización serán distintos, y para qué decir los cambios ante las diversas costumbres que caracterizan a los países. Sin embargo, el desafío de enfrentarse a una realidad completamente distintas a la conocida en la zona de confort del país de origen implica nuevos conocimientos y emociones, que obligan a desarrollar la plasticidad cerebral, produciendo un inmenso beneficio para el desarrollo cognitivo y emocional de las personas.
Por lo tanto, no hay que temerles a los cambios, sino considerarlos como una oportunidad para crecer.