El senador Neruda (Luis Gnecco) se abre paso en el Congreso, con mucha prestancia, en medio de una nube de fotógrafos y periodistas; responde preguntas, camina. Entra al salón privado: allí están todos (Tito Noguera, Julio Jung, Luis Dubó). Conversan, se emplazan unos a otros, beben, discuten, hacen sus necesidades (también hay urinarios).
La cámara inquieta y envolvente de "Neruda" entra así, sin preámbulos, y ya no se detiene. Va a la gran sala donde el poeta pronuncia su famoso "yo acuso" en contra del gobierno de González Videla (Alfredo Castro) y su "Ley Maldita", en medio de gran algarabía.
Pronto irrumpe Alessandri (Jaime Vadell, siempre efectivo), en una descripción más o menos surrealista del personaje (que luego sabremos de quién viene).
Los diálogos chispeantes, inesperados, se suceden. Una misma conversación cambia de escenario, constantemente.
No hay tregua para el espectador.
Una voz en
off ha comenzado su relato. Es el detective Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal), el encargado de buscar y perseguir al protagonista cuando este se sumerja en la clandestinidad. Es 1948. Los comunistas están fuera de la ley y Neruda, que ha enviado cartas y artículos a sus influyentes amigos artistas en el extranjero, pronto se verá desaforado.
Irreverente, lúdica, desacralizadora, el "Neruda" de Pablo Larraín rompe de tal modo con el concepto de película biográfica que los reclamos que se han escuchado y leído por la deformada presencia (o ausencia) de determinados personajes o hechos están totalmente fuera de lugar.
También se estrellan quienes han elevado a los altares a nuestro Nobel, ya sea por su talento literario o por su militancia comunista. Porque el personaje que aparece aquí es un burgués fiestero, gozador, libidinoso -un hedonista de tomo y lomo-, un ególatra encantador.
Este poeta, que ha sido laureado con el más relevante de los premios literarios, siempre se verá obligado a recitar, una y otra vez, "puedo escribir los versos más tristes esta noche", y "con esa voz", como le sugiere su mujer, Delia del Carril (Mercedes Morán). Un guiño al mito, un acto de metalenguaje, que Gnecco y Larraín (brillante coreógrafo de elencos corales) supieron convertir en una jocosa ironía.
En suma, Pablo Larraín construye una fábula nerudiana, rupturista y juguetona, sin trazos de solemnidad, llena de pequeñas escenas de humor agudo (como aquel diálogo de Amparo Noguera, o la breve y precisa intervención de Cristián Campos) y momentos que arrancan carcajadas. Pisagua pone la nota dramática; el "Canto General", dictado a trozos, la poesía.
También hay espacio para que Roberto Farías se luzca en una secuencia en la que redibuja con trazos de humor ácido una variante de su personaje Sandokán, el del teatro, "Acceso", y el del cine, "El Club" (con una línea de cierre algo artificial).
El juego del gato y el ratón ya se ha instalado. El policía trágico, como moteja Delia del Carril al detective, es un poco el Inspector Clouseau y otro tanto un hombre gris, aplastado por la sombra de su padre (complejo y bien llevado trabajo de García Bernal), y es también el único que se toma en serio esta persecución.
A partir de la hora de metraje, en sus 45 minutos restantes la película reitera situaciones y recursos, y el relato cumple con dar cuenta del recorrido de la fuga tantas veces visto (Valparaíso, el sur, la cordillera, Europa), sumando personajes y condimentos. Mientras, la narración en
off se transforma en un discurso ininterrumpido. En este segmento, eso sí, está una de las secuencias más espléndidamente filmadas de la película (aquella en la nieve, que algo recuerda a cierta escena de "Los 8 más odiados", pero en un plano más cerrado).
Véala: a juzgar por las excelentes críticas que ha cosechado entre los más prestigiosos medios extranjeros, "Neruda" ya va camino al Oscar 2017.
¿Sabe que Jason Bourne está de vuelta?
Matt Damon retoma la saga más trepidante de las películas de acción y espionaje, con Alicia Vikander, Tommy Lee Jones y Vincent Cassel en los secundarios. Hackers, traiciones, venganzas, un pasado por descubrir y ese ritmo que no da tregua siguen a Bourne por Grecia, Albania, Islandia, Roma, Berlín y Londres, para terminar en Las Vegas.
Muy entretenida.
(En cartelera).