Si bien la lógica previa incita a pensar que será Sebastián Beccacece el entrenador que deberá soportar la mayor de las presiones en el torneo que se inicia -en razón del plantel que le armaron-, no debe dejarse de lado la responsabilidad pública que también tendrá Pablo Guede en Colo Colo y que será semanalmente evaluada con rigor.
Cierto es que el ex DT de Palestino y San Lorenzo no tiene deudas previas que pagar como su colega azul, pero sí debe tener claro que, tal como Beccacece el semestre pasado, tiene que cumplir expectativas generadas, amparadas y sostenidas por los medios que auguran la llegada de una revolución futbolística a Pedrero.
El tema es cuál es verdaderamente esa revolución y qué es lo que realmente Guede piensa que debe establecer como sello.
Los supuestos en torno a la apuesta del adiestrador trasandino tienen en sí componentes al menos discutibles en lo referido al plano estratégico. Se intuye, casi sin reflexión, que lo que el DT albo intentará construir será un equipo alejado de la posesión, renuente a las claves defensivas, de transición rápida hasta el peligro de ser desequilibrado, y con una verticalidad constante que provoque un protagonismo irrenunciable en el área rival.
Pero no. Guede no está pensando en eso. O al menos no en la medida extrema que suponen los que se declaran, por ahora, sus seguidores incondicionales.
Y es lógico que así sea. Ello, porque Guede tiene claro que su validación en Colo Colo no será completa si es que a la conformación de un áurea ofensiva, alegre y desaprensiva no le agrega la mínima base de triunfos y logros. Sabe de sobra el trasandino que por mucho que lo aplaudan desde las tribunas imparciales por intentos de extrema rebeldía, lo que quedará como herencia será la capacidad de establecer una propuesta seria que dé como saldo el alzamiento de títulos.
Por eso es que la revolución de Guede, si efectivamente se consolida, será menos efectista de lo que se anticipa. Aunque les duela ello a los dogmáticos.
Aquella se plasmará realmente si logra que el juego de posición, que es la base de su ideario, sea asumido como propio por el bloque defensivo, lo que impone no solo orden sino que también visión y toma de buenas decisiones en la salida. También si obtiene de sus mediocampistas el compromiso de variación de ritmos y genera en ellos la perspicacia para encontrar los espacios sin que sea condición única y necesaria el desprendimiento rápido del balón. Finalmente, Guede sabrá que su discurso ha llegado a sus dirigidos si los delanteros y los que se sumen en ataque por fuera o por dentro logran aumentar no simplemente las llegadas al arco contrario sino que subir fuertemente el porcentaje de conversión en relación a esas intentonas ofensivas.
Todo ello, por cierto, erosiona un tanto aquellas desaprensivas imágenes que algunos se han construido en torno a las apuestas de Guede. Pero a él no le debe importar. Su revolución, y no la de los que están afuera, es la que está en juego y será evaluada.