Andrés Caicedo (1951-1977) fue una personalidad tan multifacética y contradictoria que cuesta mantener la ecuanimidad frente a su prosa. Con el transcurso del tiempo, ha pasado a ser un autor de culto o, en palabras de sus editores, un creador emblemático de las letras colombianas: así es juzgado por la crítica de su país y lo mismo ocurre en el extranjero. Más que un legado o un corpus literario de real peso, al suicidarse a los 25 años dejó un potencial, un cúmulo de posibilidades y un conjunto de textos dispersos que, por sobre el valor que poseen, hacen pensar cómo habría evolucionado este artista de haber seguido vivo. Las dos grandes pasiones de Caicedo fueron la literatura y el cine, lo que no excluye otras aficiones, obsesiones y tempranas devociones. Desde luego, todo esto se nota en sus ficciones, que revelan un notable bagaje cultural para una persona de su edad. En el presente, se sabe a ciencia cierta por qué decidió poner fin a su vida: "Yo no estaba hecho para vivir más tiempo. Estoy enormemente cansado, decepcionado y triste y estoy seguro de que cada día que pase, cada una de estas sensaciones o sentimientos me irán matando lentamente. Entonces prefiero acabar de una vez", le escribió a su madre.
Juan Andrés Vásquez, quien prologa los Cuentos Completos de Caicedo, se detiene en una frase de esa especie de testamento: "Yo muero porque ya para cumplir 24 años soy un anacronismo". En esos días, el mundo intelectual latinoamericano establecía una frontera muy rígida entre revolucionarios y contrarrevolucionarios. Y quien se encontraba en ese medio, tenía que militar en la izquierda. Caicedo simpatizaba con esas ideas, pero también le gustaban las películas estadounidenses, el rock y la salsa. Luis Ospina, director cinematográfico que fue amigo y contemporáneo de Caicedo y es en parte responsable de la recolección de sus papeles sueltos, expresó: "Nuestro héroe revolucionario era Jean-Luc Godard y no Fidel Castro". Este tipo de declaraciones podían convertir a alguien en un paria, un apestado. Así, Andrés Caicedo, desordenado, incoherente, indefinido, era además anacrónico.
Es en dicho contexto que debemos apreciar los 20 relatos que conforman estos Cuentos Completos . Dividido en tres partes -"Calicalabozo", "Angelitos empantanados" y "El atravesado"-, con piezas muy breves, otras más desarrolladas y algunas que se acercan a la novela corta, prácticamente todos ellos se hallan compuestos en primera persona. Los protagonistas son por lo general adolescentes que sienten una aguda aversión, una fobia maniática en contra de los adultos y un alto nivel de rechazo, inclusive repugnancia, hacia la ciudad de Cali, de donde es oriundo Caicedo. Y por más que estos jóvenes se muevan en un entorno cercano al lumpen, hay referencias a Hawthorne, Poe, Cortázar, Capote, Flannery O'Connor, Borges. Esto puede parecer desafinado si tenemos en cuenta que los tristes protagonistas se dedican a patear piedras, exhiben una sexualidad promiscua, llevan una existencia en extremo marginal y terminan fatalmente en el abismo, la perdición o el desencuentro irremediable. Sin embargo, el lector que aborda por primera vez a Caicedo, con seguridad pasará por alto estas y otras incongruencias.
Resulta lamentable tener que manifestar que, a pesar del mito creado alrededor de esta figura y, sobre todo, el genuino talento que Caicedo poseía, sus narraciones dejan mucho que desear, por no decir que a veces son francamente ininteligibles. Todas, sin excepción, mantienen un tono oral, que es el habla de Cali, o sea, un dialecto solo comprensible para sus habitantes. Así, es frecuente toparse con falta de preposiciones, artículos o verbos, con severos desórdenes gramaticales, lo que, al principio, puede atribuirse a errores editoriales, hasta que nos damos cuenta que no es así, porque tales tropiezos se repiten una y otra vez. Además, las historias son tan similares que a la postre parecen intercambiables. En rigor, ni siquiera se puede hablar de historias, puesto que, aparte de lo difícil que es entenderlas, no presentan diferencias entre sí. Si hubiera que definirlas de alguna manera, tal vez habría que manifestar que estamos ante una sucesión de estados de ánimo o, peor aún, de explosiones de mal genio traducidas en pataletas que solo se perdonan por la extrema juventud del escritor.
No obstante, las leyendas quedan y los seguidores de esas leyendas se preocupan de mantenerlas vivas. De este modo, Andrés Caicedo continuará manteniendo el estatus que ha logrado.